Rusia

Rusia

Seguimos construyendo Europa y, para avanzar, ha llegado el momento de reconocer que esa construcción pasa por cuatro vigas imprescindibles: Francia, Alemania e Inglaterra… y también Rusia.

Tenía 16 años cuando leí por primera vez «Archipiélago Gulag» de Alexander Solschenizyn. Yo era un joven izquierdista de barrio y su lectura me advirtió para siempre de las inmensas tiranías que edifican algunos desalmados, engañando a los bienintencionados, con la excusa de la supuesta búsqueda de la justicia social. A partir de esa lectura, cualquier izquierdismo quedó tamizado por el filtro de que no hay excusa social que justifique ninguna tiranía. Cuando hoy en día oigo hablar pretenciosamente de esas pequeñas imposturas llamadas «novelas de hechos reales», me acuerdo de Solschenizyn y me pregunto por qué, siendo como es un clásico, no tenemos una edición íntegra de «Archipiélago Gulag» en lugar de sus resúmenes incompletos. Mi ejemplar data de 1977 y sigue siendo contundente, iluminador, diáfano y conmovedor. Me maravilla que un ruso pudiera influir para siempre, con su testimonio a través de las letras, en la mentalidad de un joven occidental. Demuestra de una manera definitiva que Rusia es Europa. Lo es, incontestablemente, aunque muchos estén todavía interesados en dudar de ello. Lo es, desde que Turgueniev luchó codo con codo al lado de Dickens por la defensa de los derechos de autor que edificaron el mundo laboral de los artistas que hoy conocemos. Lo es, desde que Dostoievsky, Pushkin, Gogol, Nabokov, Chejov y Tolstoi enseñaron a Occidente a escribir.

Seguimos construyendo Europa y, para avanzar, ha llegado el momento de reconocer que esa construcción pasa por cuatro vigas imprescindibles: Francia, Alemania e Inglaterra… y también Rusia. El problema es que esa cuarta viga esta en manos de un autócrata y el proyecto europeo nunca será autocrático sino democrático. Pero Putin pasará y Europa seguirá ahí. Por eso no ha de haber guerra. No por progresismos pacifistas trasnochados de estereotipada miopía, sino porque una guerra así rompería más cosas de las que solucionaría. La manera de acabar con el calentamiento del planeta no es helándonos la sangre con nuevas guerras frías.