Libertad de expresión

El poder de los medios de comunicación

La libertad de prensa: de la restauración a la actualidad

Un tema complicado siempre es la relación entre la prensa y el poder. Es necesario acotar los terrenos de colaboración y el respeto mutuo a los papeles respectivos que tienen dentro de la vida pública de una sociedad. Es cierto que los medios de comunicación en este aspecto no son una empresa tradicional, porque su influencia es indudable y ayudan a conformar u orientar la opinión pública. Los medios privados tienen una línea editorial, que no debería significar de partido, y los públicos, en cambio, tendrían que ser siempre neutrales y cumplir la exigencia de servicio público. Han de ser independientes. Los privados no tienen que ser batallones mediático-políticos al servicio de un partido y los segundos no pueden ser el brazo ejecutor de los gobiernos de turno. Es un terreno difícil. La exigencia común es la búsqueda de la veracidad y la separación de la información y la opinión. En ambos casos, también, los periodistas ni pueden ni deben creer que son los propietarios de los medios en los que trabajan. En el primer caso, hay una empresa que tiene una línea editorial explícita mientras que en los segundos es inaceptable que se cuestione el control parlamentario creyendo que son más legítimas las ideas personales de un periodista o de un grupo de periodistas que las mayorías parlamentarias. Es un equilibrio complejo, pero no se puede confundir independencia con la creación de reinos de taifas en los medios públicos.

Los medios de comunicación han sido históricamente un gran poder político, económico, cultural y social. La Revolución Digital ha provocado una impresionante proliferación porque resulta mucho más accesible su creación, aunque no todos tienen el mismo prestigio e influencia como ha sucedido siempre. El control ha sido una obsesión tanto en las democracias como en las dictaduras. Es comúnmente utilizada la frase “periodismo es imprimir lo que otro no quiere que se imprima: todo lo demás son relaciones públicas”. Ha sido adjudicada, de formas diversas, a diferentes escritores, políticos, intelectuales o periodistas como Orwell, Hearst, lord Northcliffe, Katherine Graham…, aunque el espíritu siempre es el mismo. Al final, la cuestión se dirime en la compleja separación entre información, publicidad, propaganda y relaciones públicas. Es verdad que los poderes, cualquier poder, es igual si es político, económico o social, quiere transmitir su idea o incluso promover una mentira, una tergiversación de la verdad o la desinformación al servicio de sus intereses. Otras veces es simplemente su versión o su verdad. Al periodista le corresponde buscar la veracidad de la noticia. No es un terreno fácil y nadie está exento de cometer errores. Es cierto que, llevado a su visión más extrema, lo que conocemos como exclusivas, resulta evidente que los afectados negativamente por lo que se quiera publicar pretendan impedirlo. No es algo que nos tenga que sorprender, pero por eso los medios de comunicación deben ser libres e independientes. Esto no significa que sean asépticos, como meros robots sin espíritu, y no tengan su línea editorial. Lo que cabe exigir es que actúen con honradez e imparcialidad y que no sean las correas de transmisión de determinados intereses políticos o económicos.

La historia del hombre es una lucha permanente para conquistar la libertad mientras que la obsesión de los dictadores ha sido impedirla. En cualquier tránsito hacia la democracia o en los procesos revolucionarios es fácil comprobar que desde el primer momento aparece la libertad de expresión. Es cierto que en ocasiones ha sido mal utilizada o ha servido, como en las revoluciones francesa y rusa, para unos fines muy distintos a los que entendemos los demócratas. A pesar de ello, ningún argumento o suceso puede servir de excusa para limitarla. Es cierto que la libertad de expresión no puede ser un pase de libre circulación por el Código Penal, sino que debe tener como únicos límites las responsabilidades que sean sustanciables en los tribunales. Ni legislaciones especiales, de tan triste recuerdo, ni privilegios para los periodistas, sino el cumplimiento, como cualquier ciudadano, de las leyes.

El mayor riesgo para la libertad en una democracia, tanto individual como colectiva, es el dogmatismo. La izquierda y la derecha radical han sido y son dogmáticas, lo son y me temo que lo seguirá siendo. No hay que olvidar la perniciosa influencia que ha tenido el marxismo en su pensamiento, porque es algo consustancial a su ideología. Es cierto que el comunismo ha fracasado en todo el mundo en su aplicación práctica como forma de gobierno, más bien diría de dominación y explotación del hombre. A pesar de ello, la izquierda radical y los populismo, tanto política como intelectualmente, son herederos directos del comunismo u otras ideologías enemigas de la democracia. Y no sólo no se esconde, sino que se siente orgullosa de su pasado. ¿Cuántas veces hemos escuchado que tal o cual dirigente político militó en formaciones comunistas?, lo cual es comúnmente considerado como un motivo de orgullo. Lo hemos visto muchas veces, incluso, en formaciones de centro derecha o en la socialdemocracia. Nada mejor que haber sido del PCE, PSUC, LCR o cualquier otro grupo radical para tener garantizado un reconocimiento que en unos casos es razonable y en otros no tanto. Berlín señala en la introducción de su brillante ensayo sobre Karl Marx que “ningún pensador del siglo XIX ejerció sobre la humanidad influencia tan directa, deliberada y profunda como Karl Marx. Tanto durante su vida como después de ella tuvo ascendiente intelectual y moral sobre sus secuaces”. Hoy resulta evidente que han fracasado “las profecías marxistas sobre la supresión del Estado y el comienzo de la verdadera Historia de la Humanidad”.

La izquierda tiene una enorme influencia en los medios de comunicación. La razón es muy simple. Es la ideología de periodistas, intelectuales y artistas, porque el comunismo se preocupó de infiltrarse en universidades y círculos atractivos para esos colectivos. Unos se quedaron en el comunismo y el populismo, mientras que otros transitaron al socialismo. Es lo que hizo el totalitarismo comunista en el periodo de entreguerras y prosiguió en la posguerra. Han conseguido establecer el concepto de lo políticamente correcto y ahora lo puede seguir haciendo una minoría, un algoritmo o el CEO y su equipo en una gran compañía tecnológica. El expresarse en contra de lo políticamente correcto comporta una feroz campaña de desprestigio y cancelación. Hemos pasado del populismo político al populismo de las redes sociales. Por ello, las redes sociales, las plataformas digitales y televisivas son fundamentales a la hora de conformar la opinión pública y el riesgo reside en este nuevo totalitarismo ideológico. Otra cuestión es criticar a los que atentan contra valores y principios democráticos.

Enfrente, está la debilidad de los medios de comunicación tradicionales que necesitan de estos medios digitales para la distribución de sus contenidos. Hemos pasado de los quioscos y otros puntos de venta a las plataformas (Google, Facebook, Instagram…). Los medios eran los poderosos mientras que ahora lo son las plataformas. Es muy significativo el interés de los magnates tecnológicos por los medios de comunicación tradicionales que tienen una enorme potencia en el terreno digital. La debilidad económica de los medios como ha sucedido con la prensa papel y la televisión convencional, aunque el mundo digital ha ofrecido, cabe insistir, nuevas oportunidades de negocio y crecimiento.

Hemos pasado del periodismo tradicional al nuevo consumo desde las plataformas. Han desaparecido revistas y otros soportes tradicionales, porque se quedaron sin lectores. El lector tradicional de periódicos de papel van desapareciendo progresivamente, aunque siguen siendo una cifra muy importante. Es un perfil cualitativamente atractivo en todos los terrenos. La contrapartida positiva es la expansión de la presa digital. La competencia es muy fuerte. Una parte mayoritaria de los lectores y la totalidad de los que se van incorporando no son fieles a un medio, sino que consumen la información desde las plataformas digitales. Es lo mismo que ha sucedido en la televisión, donde se ha pasado al nuevo consumo por plataformas. Hace unos años sólo existían unas pocas cadenas, mientras que ahora encontramos centenares de canales y no hay una fidelidad a una única televisión. Se consumen temas concretos.

La libertad de prensa: de la restauración a la actualidad (1874-2022). Discurso realizado por Excmo. Sr. Dr. D. Francisco Marhuenda García en el Acto de su Toma de Posesión como Académico de Número el día 16 de marzo de 2022.

Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).