Reyes de España
Una ceremonia regia
La fascinación que provoca la Monarquía británica es incuestionable y tiene un impacto mediático extraordinario.
La Monarquía británica es imbatible en la organización de actos institucionales que resultan, además, enormemente útiles para la imagen del Reino Unido. Ha sufrido numerosos escándalos a lo largo de la Historia, pero ha sabido conectar con el conjunto de la nación. Por ello, no se ha producido una reivindicación republicana destacable. Los británicos se sienten muy orgullosos de lo que significa y representa la institución. Gran Bretaña ha estado gobernada siempre por un rey o una reina, con la excepción de los años en que fue una república con Oliver Cromwell como lord protector al que sucedió, brevemente, su hijo Ricardo. Al igual que ocurrió en Francia, los parlamentarios ejecutaron a su rey. En este caso fue Carlos I Estuardo. La dinastía regresó con su hijo Carlos II y fue expulsada con la Revolución Gloriosa, que acabó con el reinado de su hermano Jacobo II. Esa continuidad histórica de la Corona ha permitido que se mantengan una serie de tradiciones que expresan la grandeza de un pasado imperial, pero, también, la importancia que sigue teniendo. La fascinación que provoca la Monarquía británica es incuestionable y tiene un impacto mediático extraordinario.
Al ver la solemne misa de acción de gracias en memoria del duque de Edimburgo, celebrada en la abadía de Westminster, es fácil entender las enormes ventajas que tiene la Corona como símbolo de la continuidad de una gran nación como la británica. Fue una ceremonia perfecta, donde todos los detalles estaban muy cuidados y que sirvió tanto para recordar al fallecido esposo de la reina como para mostrar el espíritu británico. El pasado lunes se celebró en el Palacio Real el almuerzo oficial en honor del presidente de Costa Rica. La ceremonia fue, como siempre, excelente, y el marco incomparable. Nada que envidiar a las que se celebran en otros países. Don Felipe y doña Letizia fueron unos anfitriones exquisitos. Es imposible no sentirse orgullosos de nuestros Reyes. En estas ocasiones me embarga un cierto sentimiento de melancolía, porque me gustaría que fuera la residencia de trabajo del jefe de Estado. No me refiero a la vivienda, porque a pesar de ser uno de los mejores palacios del mundo resulta excesivamente frío. Es bueno recordar que Alcalá Zamora y Azaña vivieron allí durante la Segunda República.
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