Cataluña

Convivir en Cataluña

La parte más apegada a la tradición siente ese clásico miedo de perder sus costumbres, motor de toda xenofobia

Es significativo ver cómo ha recibido el medio catalanista las noticias del espionaje a Sánchez. Preocupados los nacionalistas de que su caso particular se diluya en uno general, han empezado con todo tipo de insinuaciones. Su principal reacción ha sido ponerse capciosos, porque reconocer que por ahí anda Villarejo desde hace años y también que aparece un tal Elías Campos, cercano a Puigdemont, trabajando con CitizenLab, parece que no procede. Cualquier conclusión, a partir de este momento, se está convirtiendo lógicamente en informe de parte. La estrategia para conseguir la mesa regional de diálogo se les ha ido a todos de las manos. Como vuelva a oír una vez más a otro socialista diciendo que han conseguido atraer a los separatistas al diálogo, me va a explotar el cerebro; minusvalía que me condenará para siempre a un futuro laboral a su lado en la política.

Tristemente, lo que sucede en Cataluña ahora mismo es algo mucho más básico que las películas de espías o las brechas de seguridad: dos millones de nuestros conciudadanos, animados por la propaganda irresponsable de unos cuantos poderosos regionales, han sido convencidos de que es correcto saltarse la ley para imponer los propios puntos de vista. De fondo, lo que late realmente es un problema social: el auge y movilidad de la segunda generación de descendientes de la gran oleada de emigración regional interior de la posguerra civil. En Cataluña, acaparamos tanta de ella, que solo una cuarta parte de la población tiene origen autóctono. La parte más apegada a la tradición siente ese clásico miedo de perder sus costumbres, motor de toda xenofobia. Las fortunas locales que desean ventajas (el clásico caciquismo) usan ese miedo para pedirles el voto a los asustados y conseguir poder para ofrecer tanto los puestos más golosos a sus fieles como favores a sus negocios. Ante un panorama así de corrupto, tanto victimismo de espiado suena, la verdad, un poco superficial y frívolo.