Pedro Sánchez

Sánchez y la debacle andaluza

«Ha optado por un mal candidato, frente a un rival que goza de un apoyo muy amplio y no despierta rechazo»

En política, como en muchos aspectos de la vida, no es bueno confiarse. Es un error muy común y las consecuencias pueden ser demoledoras. No digo que no se hagan previsiones, pero siempre hay que tener presente los factores que pueden provocar que salten por los aires. Es lo que le sucede a Sánchez. Tras aguantar la crisis sanitaria, económica y social provocada por la pandemia, esperaba que la llegada de los fondos europeos fuera el maná que le permitiría obtener un buen resultado en las elecciones de 2023. Por ello, remodeló el gobierno tras la sonora derrota que sufrió en Madrid de manos de Ayuso. Es cierto que nos hemos olvidado, gracias a la propaganda de la izquierda política y mediática, pero el PSOE se convirtió en la tercera fuerza. El presidente del Gobierno recompensó el fracaso de Gabilondo convirtiéndolo en el defensor del Pueblo, uno de los mayores chollos de la política española. No hay duda de su generosidad con los peones que le son fieles. Fue también la expresión de la estulticia del PP que se mete goles en propia puerta. El inquilino de La Moncloa tiene otro instrumento a su servicio.

En esto de las negociaciones, los populares no dan una. En cambio, el PSOE nunca se equivoca en sus nombramientos y no lo hará, desde luego, con el CGPJ. Espero que Feijóo, que tiene más experiencia, no cometerá esos errores que me llevan a pensar que son consustanciales al PP. Me gustaría que determinados cargos, como la Fiscalía General del Estado o el Defensor del Pueblo, estuvieran ocupados por personas independientes y no por terminales de La Moncloa. Sánchez hizo cambios en la parte socialista del Gobierno colocando a ilustres desconocidos/desconocidas que un año después siguen siéndolo. Es un hito difícil de superar, aunque en ocasiones pienso que lo hace expresamente para que nadie le haga sombra. En esa línea y rozando lo excéntrico, optó por no crear una vicepresidencia política, algo que es un error de manual, y decidió que se centraría en la economía. Por supuesto, muchas mujeres porque tiene que ser el más en todo. El escenario era optimo, porque se había librado del pesado de Pablo Iglesias, ahora convertido en un fracasado telepredicador radiofónico al servicio de millonarios independentistas, y apareció en su vida Miguel Barroso, investido como el gran conseguidor de La Moncloa.

El hombre que susurra en el oído del presidente es, sin lugar a duda, muy poderoso en cualquier país del mundo. Y le aportó, además, el control de un periódico y una radio que convertido en el “BOE” que ofrece la información al servicio del Gobierno como era antiguamente la Gaceta de Madrid. Sánchez quiere filtrar una información o crear un clima de opinión y el visitador de La Moncloa ordena su publicación. No hay duda de que es una fascinante simbiosis. Por fin podía desayunar tranquilo leyendo su periódico de cabecera y escuchando una radio que le halagara los oídos. A esto se sumaba la encuesta mensual de Tezanos loando su grandeza y castigando a los desafectos. Por otra parte, el PP estaba ensimismado en la guerra de Casado contra Ayuso que beneficiaba a Vox. El final de legislatura iba a ser magnífico, pero este cuento no iba a tener un final feliz. La invasión rusa de Ucrania ha provocado una crisis cuyas consecuencias económicas todavía no vemos gracias a la euforia consumista que se ha instalado en la sociedad española. El precio de la energía y la inflación se han disparado. Ahora podemos constatar que el equipo económico no es tan bueno como parecía, porque es incapaz de tomar decisiones frías, serias y eficaces. Eso de gastar y gastar es un disparate.

En el terreno institucional se le ha fastidiado todo gracias a Pegasus. El embrollo parlamentario es enorme, aunque no peligra la legislatura. Es no conocer a Sánchez si alguien piensa que disolverá las Cortes en contra de su voluntad. No lo hará, aunque se quede con 120 diputados. No hay alternativa, a diferencia de lo que sucedió con la moción de censura que derribó a Rajoy. Y, como colofón del esperpento, se ha quedado sin Casado. Hubo un momento que acarició el triunfo cuando se hizo público el enfrentamiento y se abría aquel disparatado e injusto expediente disciplinario contra Ayuso, pero la alegría fue breve. Los barones ejecutaron al presidente del PP sin que les temblara la mano y solo transigieron en otorgarle, durante unos días, el humillante papel de una “reina madre” que no pintaba nada hasta la celebración del congreso extraordinario que le impusieron manu militari. Fue todo razonablemente educado, aunque con la frialdad propia de la política. Los que un día le aplaudían tardaron pocas horas en darle la espalda. Los humanos olvidamos con demasiada facilidad que San Pedro negó tres veces a Jesucristo. Por ello siempre pienso que si Dios hecho hombre era traicionado cómo podemos esperar que no nos pase lo mismo. No hay duda de que somos demasiado arrogantes y soberbios.

Sánchez afronta una nueva etapa de su vía crucis. No creo que consiga superar el reto de Andalucía y su objetivo es salvar los muebles. Ha optado por un mal candidato, el desconocido Espadas al que irónicamente llaman Cuchillos, frente a un rival que goza de un apoyo muy amplio. Juanma Moreno ha sabido conectar con los votantes y no despierta rechazo. Ni siquiera Vox sirve de factor movilizador para el PSOE, porque la alternativa de un gobierno con esa ensalada de partidos enfrentados entre sí es desincentivadora. He de reconocer que, si fuera socialista, dicho irónicamente, haría lo mismo que algunos amigos madrileños que prefirieron a Ayuso antes que a un débil Gabilondo manejado por Pablo Iglesias y Mónica García.