Miguel Ángel Blanco

El tic

Si uno que ha matado a Gregorio Ordóñez, a José Luis Caso, a Fernando Múgica y tantos más, va a por ti, te queda poco. El tiempo, esa fue la cuestión decisiva

Lo bien que mata Txapote. Ser asesino eficaz no es timbre grato, pero García Gaztelu se jacta de ello. Ha alimentado durante décadas la admiración de los cachorros etarras. Patxi García Urra, internista jubilado del hospital universitario de Donosti, recuerda que, con los años, los heridos de bala dejaron de llegar: «Aprendieron a matarlos con el tiro certero en la nuca». Por eso confiesa que le sorprendió que Miguel Ángel llegase vivo y con dos balas. Si uno que ha matado a Gregorio Ordóñez, a José Luis Caso, a Fernando Múgica y tantos más, va a por ti, te queda poco. El tiempo, esa fue la cuestión decisiva. El escaso pendulear de los segundos entre uno y otro disparo, el desconcierto del criminal, seguir respirando hasta poder despedirse. Y fue el tic.

Lo contaba el forense que realizó la autopsia, que Miguel tenía tics en el rostro y el cuello y fue aquella contracción la que desvió la bala primera, que entró por debajo de la oreja y se encajó en la parte posterior del cráneo. No fluye igual el tiempo de un amanecer que el de un crimen ¿cuál será más lento? ¿cuánto llegó a desconcertarse Txapote? Habían tenido al muchacho amordazado y maniatado en el maletero del coche, sudando como un perro en aquel 12 de julio de calor y, pese a que el talud que bajaron apenas tenía 20 metros, no debió ser fácil empujar y tirar de un hombre que sabía que iba a morir. Claro que llevaba las manos atadas con cable eléctrico por delante del cuerpo y apenas mantenía la estabilidad. Oker lo sujetó fuerte y Txapote disparó. Y entonces fue el tic y el fallo y el desconcierto. ¿Cuánto duró el instante? Miguel se tambaleó y cayó de rodillas por el impacto. Txapote echó mano del oficio y encañonó de nuevo y consiguió que la segunda bala destrozase el cerebro hasta alojarse en la parte frontal. Corrieron los asesinos al coche, donde los esperaba Amaia, con el motor encendido y allí se quedó el chico, derribado sobre las manos atadas, sangrando. Pero respirando. Dicen que los bebés de las madres africanas que mueren de sed sobreviven durante días mamando de los pechos resecos, empeñados en producir leche por una voluntad estremecedora que se prolonga más allá de la muerte. Miguel Ángel Blanco siguió mamando aire, fue encontrado por unos transeúntes, trasladado a urgencias, entubado y estabilizado. Estaba en coma profundo. Cuando su madre se acercó a la cama –del brazo de Patxi García Urra– le pidió que luchase, que no abandonase. Las horas lentas se prolongaron entonces hasta la madrugada del día 13. Murió, pero vivió para despedirse.