Guerra en Ucrania

La ingenuidad de los ciudadanos corrientes

Cuando llegue el momento, veremos como Ucrania habrá sido, lo digo con dolor, otro hecho desafortunado como diría el heredero saudí

He de aclarar que soy un ciudadano corriente, por lo que me incluyo en esa inmensa masa formada por los privilegiados habitantes de la Unión Europea que vivimos en países ricos y democráticos. A pesar de la crisis, la tercera en poco más de una década, somos la zona más rica y contemplamos el mundo con la misma soberbia que tenían los romanos durante el declive del Bajo Imperio. Estaban inmersos en una lenta decadencia, pero se creían los amos del planeta. Estados Unidos sigue siendo, aunque en retroceso, la primera potencia mundial y surgió, como el resto del continente americano, de la civilización europea con sus raíces cristianas, grecorromanas y germánicas. Con todas las influencias y matices que se quieran, pero compartimos una serie de principios y valores que no despiertan ningún fervor en una parte muy importante del mundo. Estamos asistiendo a una etapa de tránsito, tras el período de la Guerra Fría y la descomposición de la Unión Soviética y sus satélites. Es posible que estemos en el lugar acertado de la Historia, como dicen los cursis que intentan ir de intelectuales, pero la realidad es que resulta bastante probable que seamos derrotados o arrumbados a un rincón porque somos muy débiles. No estamos dispuestos a asumir ningún sacrificio.

La crisis provocada por la Guerra de Ucrania pone sobre la mesa cuál es el grado de sacrificio que está dispuesto a asumir cada uno de los contendientes y sus aliados. Es evidente que Putin no parará hasta conseguir sus objetivos. El pueblo ruso está a su lado, los oligarcas le apoyan porque siempre han sido sus aliados y el ejército tiene su guerra. Es bueno recordar que consideran que Zelenski y los suyos son unos traidores que se han distanciado de sus hermanos rusos y bielorrusos. El déspota del Kremlin siente un profundo desprecio por el cómico convertido en presidente, algo que es extensible a los líderes de los países de la OTAN y la UE. Los ciudadanos corrientes seguimos con gran pasión las primeras semanas de la brutal agresión. Por supuesto, asumimos los mensajes propagandísticos de que Putin no ganaría la guerra y que las sanciones conseguirían doblegarle. Las redes sociales se llenaron de una emocionante adhesión al pueblo ucraniano y compramos los partes de guerra proporcionados por los servicios secretos sobre los fracasos del ejército invasor que es, por cierto, uno de los más poderosos y peligrosos del mundo.

Las semanas pasan y la guerra durará todo lo que quiera Putin. Lo dije al principio y nada me hace cambiar de opinión. A pesar de mis simpatías por los ucranianos, la realidad es que Rusia tiene una mayor capacidad de sacrificio que los ricos países de la Unión Europea que están atemorizados ante el tsunami de la crisis económica. No hay ningún indicio que indique que ese mismo sentimiento existe en la potencia invasora. Era evidente que los estadounidenses y los europeos nos íbamos a limitar a financiar, aunque veremos como asumimos la enorme deuda que se está generando, a los ucranianos, convertidos en la primera línea de choque en este conflicto que modifica profundamente los equilibrios del poder mundial. Lo que no estamos dispuestos es a desplegar fuerzas sobre el terreno. No es Afganistán, de donde huimos con una cobardía pasmosa. Ahora ya no nos interesa la democracia, los derechos humanos y las libertades públicas de ese país controlado por fanáticos asesinos islamistas. La opinión pública es muy voluble y caprichosa, como sucedía en el Imperio Romano. Nos preocupan los efectos de la crisis como son la inflación, el precio de los carburantes y el suministro de energía. Los rusos y sus aliados no tienen estos problemas.

¿Dónde esta la victoria sobre Rusia? ¿Dónde queda la frase de Sánchez y el resto de los líderes de la OTAN: Putin no vas a ganar? La incapacidad para analizar lo que estaba sucediendo es digna de ser estudiada en todas las universidades del mundo. El desconocimiento sobre el rival nos ha conducido a un escenario endiablado, porque ahora todos quieren que se acabe la guerra lo antes posible. La recesión puede ser tan grave que ninguno de los presidentes o primeros ministros de la acomodaticia alianza que apoya a Ucrania quiere asumir las consecuencias. La firmeza de nuestros principios morales en política exterior la protagonizó Biden en su gira por Oriente Medio. Nadie se quiere enemistar con Arabia Saudí y nos han dado una visión edulcorada de su conversación con el príncipe heredero. La realidad es que lo único importante son los intereses y que el brutal asesinato del periodista Yamal Khashoggi se ha convertido en un «hecho desafortunado». Nadie en su sano juicio se atrevería a provocar la ira de Mohammed bin Salman, aunque la Casa Blanca ha vendido, nunca mejor dicho, una versión pactada del encuentro para que no pareciera una nueva humillación de Biden. No hay que olvidar que Arabia Saudí es un inversor muy importante de las economías occidentales. A esto hay que añadir que el déspota y su familia están sentados sobre unas reservas enormes de petróleo y gas.

Los medios de comunicación dedicamos cada vez menos espacio a la Guerra de Ucrania y las informaciones sobre las sanciones producen hilaridad, porque es evidente que no han debilitado a una Rusia que no para de llenar sus arcas. La realidad es que sucede lo mismo que con Afganistán y la caprichosa opinión pública está con otras cosas. Ahora interesan las vacaciones y las noticias positivas. Los problemas llegarán después del verano si se alarga el conflicto bélico, porque la sociedad no está dispuesta a sufrir los rigores de la crisis. Y cuando llegue el momento, veremos como Ucrania habrá sido, lo digo con dolor, otro hecho desafortunado como diría el heredero saudí. Rusia, China y sus aliados son demasiado poderosos. Más que nosotros.