Verano

El hombre que se creía Alec Baldwin

El chaval, que va más azumbrado que un yanqui por San Fermín, imposta hasta el acento americano para dar autenticidad a la farsa

He conocido a un tipo que se creía Alec Baldwin. Es lo que tiene frecuentar terrazas en mitad del agosto madrileño. La ausencia de parroquianos procura encuentros que nunca se hubieran producido en otro momento y anima a que cualquier fulano con ganas de parlar se arrime a uno con la pretensión de pegar la hebra y matar el tiempo. Las vacaciones estivales convierten la costa en un polvorín de gente que vuelve inhabitable hasta las olas del mar, pero también es cierto que deja la capital hecha un solar de solitarios y alunados de lidia bastante compleja. Una resaca de lúcidos que acuden a los bares para encontrar la compañía que no tienen en casa y que sueñan cada día con ser lo que no son. Este menda lucía ojos azules y un pelo poblado entreverado de canas. Dos atributos que no le conceden prerrogativa para regalarse la etiqueta de doble oficial de Baldwin. Pero el tipo, que va más cargado de birras que un camión de Heineken, vive con la ilusión de ser su gemelo español y que todas las mujeres-Kim-Basinger del mundo le rinden honores. El chaval, que va más azumbrado que un yanqui por San Fermín, imposta hasta el acento americano para dar autenticidad a la farsa. Para mostrar su habilidad con el idioma de Thoreau menciona a mucho deportista «Made in USA» del palo de Michael Phelps, Mark Spitz o Johnny Weissmüller, que se ve que le mola la natación. Pero su dicción, más que emparentarlo con un JFK, lo empareja con esos actores superados por la interpretación. El primer pensamiento que sobreviene es por qué insiste en Alec Baldwin y no en cualquier otro. Solo después uno descubre el motivo de tan cinematográfica tajada: el tipo vuelve al currelo al día siguiente. Que sea Baldwin o Jonny Depp resulta lo de menos en un hombre que, como todos, tiene derecho a imaginarse en biografías más apasionadas, de esas en las que nunca hay que fichar.