Bolívar

Culto a Bolívar

Tuvo que imponerse a pueblos indígenas que se resistían, desplegando con ellos tanta crueldad como contra las tropas realistas

La polémica suscitada en el acto de toma de posesión de Gustavo Petro como presidente de Colombia, en el que, fuera del protocolo, se añadió la procesión de la espada –de dudosa originalidad– de Simón Bolívar, ha vuelto a ponerlo de actualidad. Determinados políticos han criticado que el Rey Felipe VI no se levantase ante el paso de la espada, considerándolo una falta de respeto al símbolo de la independencia hispanoamericana.

En este mismo medio, el 16 de diciembre de 2021, expuse las razones por las que consideraba que ni España ni los españoles le debemos gratitud ni reconocimiento alguno a Bolívar, y que, en mi opinión, deberían desaparecer de nuestro callejero su nombre y estatuas. Su extrema crueldad contra nuestros compatriotas debiera impedir que nadie en representación de España participara –sin que se nos revuelva la conciencia– en un acto de recuerdo u homenaje a tan despiadado personaje.

Las guerras de emancipación hispanoamericanas fueron auténticas guerras civiles entre españoles de América, donde unos querían la continuación del régimen español, y otros, la independencia. José de Espinar, secretario de Bolívar, reconoció expresamente el carácter fratricida de esas contiendas. El vacío de poder español derivado de la invasión francesa, pretendió ser cubierto por parte de la élite criolla. Muchos hispanoamericanos no criollos preferían continuar bajo la protección de la corona española, antes que cambiar a la que supuestamente podrían prestarles los sublevados. Hasta cuatro quintas partes de los ejércitos del Rey eran naturales del país, compuestos por numerosos indios, negros, mulatos y no pocos criollos, como expone Luis Cursi en «Los Realistas Criollos». Los indios eran generalmente defensores del gobierno realista. Germán Roscio se quejaba en carta a Bolívar: «La España nos ha hecho la guerra con hombres criollos, con dinero criollo, con provisiones criollas, con frailes y clérigos criollos y con casi todo criollo». Por su parte, Bolívar tuvo apoyo, armas, hombres y financiación ingleses, sin los cuales hubiera fracasado.

Simón Bolívar, criollo adinerado y rico esclavista, de origen, educación y modales propios de la clase alta española, paseante por la lujosa Europa y admirador de Napoleón, tuvo que imponerse a pueblos indígenas que se resistían, desplegando con ellos tanta crueldad como contra las tropas realistas. Fue el caso de San Juan de Pasto, de inmensa mayoría indígena, a quien Bolívar condenó a la extinción y destrucción de por vida: «Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando a aquel país una colonia militar... aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos».

Militarmente, Bolívar dejaba mucho que desear, y así, su Jefe de Estado Mayor, el general franco-alemán Ducoudray Holstein, escribió que estaba «más concentrado en las artes amatorias que en las militares», «ignorante en materia de estrategia bélica», «vanidoso, arrogante, mujeriego y cobarde». Señaló hasta siete actos de cobardía ante el enemigo, abandonando sus tropas a su propia suerte, mientras él huía. Pocos crímenes son tan imperdonables para un militar como ese tipo de cobardía.

Políticamente fue un desastre, gobernó dictatorialmente, y su caprichosa conducta era incompatible con quien le hiciera sombra o le contrariara. Traicionó a Francisco de Miranda y fusiló al general Francisco del Piar, en sendos actos abominables que le perseguirán para siempre. Haragán y lujurioso. John Lynch en «Simón Bolívar», señala «amaba la tranquilidad y los placeres más que el esfuerzo. Sus ocupaciones favoritas eran estar en compañía de sus numerosas amantes y echarse en su hamaca rodeado por sus aduladores».

No obstante, tuvo la suficiente lucidez como para apreciar las nefastas consecuencias de su conducta: «Hemos perdido las garantías individuales… y si volvemos la vista a aquel tiempo, ¿quién negará que eran más respetados nuestros derechos?». En otro momento sentenció «Terribles días estamos atravesando; la sangre corre a torrentes: han desaparecido los tres siglos de cultura, de ilustración y de industria». García Márquez en «El general en su laberinto» cita el arrepentimiento de Bolívar, cuando al hablar de las insurrecciones, manifestó: «Cómo será que en estos días estoy deplorando hasta la que hicimos contra los españoles».

El historiador venezolano Carreras Damas, escribió en 1969 «El culto a Bolívar» con el propósito de alertar, a quienes construían la democracia moderna en su país, sobre los riesgos que el culto a Bolívar encerraba para la democracia y la libertad. En dicha obra se analiza la conversión del «culto de un pueblo» en un «culto para el pueblo», convirtiéndolo en una función creativa del Estado, no exento de cierta liturgia y folklore, con una evidente finalidad utilitarista: como factor de unidad nacional, factor de gobierno y pauta ejemplarizadora. Esa construcción institucional del culto al mito alcanza la categoría de segunda religión (el colombiano Elías Pino desarrolla este concepto en «Divino Bolívar») aun cuando la realidad histórica haya podido ser otra. Es decir, un producto de consumo interno manipulable e impulsor del caudillismo. Un verdadero peligro para una sociedad libre y democrática.

En todo caso, levantarse ante la supuesta espada de Bolívar es, en mi opinión, un acto incompatible con el respeto a nuestra historia y a la memoria de nuestros compatriotas, cruelmente asesinados por tan nefasto personaje. Por un elemental principio de prudencia, se debió haber seguido el protocolo inicialmente previsto, evitándose así una innecesaria polémica política.

Tomás Torres Peral. Comandante de Caballería. De la Academia de Ciencias y Artes Militares.