Isabel II del Reino Unido

El hombre más elegante del mundo

Carlos es el hombre más elegante del mundo porque es capaz de minimizar el impacto de esas orejas, y esas orejazas es imposible sobrellevarlas con dignidad si no es con máxima elegancia

Hoy el mundo se viste de negro recordando los sombreros ácidos, los abrigos multicolores y, sobre todo, el alma rotunda, inmensamente íntegra de la reina Isabel II. ¡El universo debería haber gobernado! Ya lo ven, una Isabelófila irredenta estoy hecha, rendida, entregada, sin preguntas, sin fisuras. Como tantos otros, he sido adoradora y devota de esta mujer de Estado y en mi Isabelofilia no cabe una grieta, ni una duda razonable porque estaba más cerca del pensamiento mágico que de otra cosa...R.I.P.

Sin embargo, acepto y observo con interés el nacimiento, a través de la muerte, al variopinto grupo de monarcas internacionales, del Rey Carlos III de Inglaterra, que ya había asumido la primera línea últimamente dados los delicados momentos que atravesaba su mamá. ¿Y Camila? ¡reina consorte! Como si le hubiera tocado la corona en una bolsa de gusanitos (luego hablamos de Parker)

Carlos Felipe Arturo Jorge, que nació en Buckingham el 14 noviembre de 1948, asistió con sólo tres años de edad a la coronación de Isabel II, donde se convirtió en duque de Cornualles que es el título que los ingleses otorgan a los príncipes herederos.

Carlos III no sólo es hijo y viudo de dos mitos incuestionables (Isabel II y Diana) sino que se trata del monarca más vetusto en acceder al trono, y, hemos de recalcar esto, de todos los hombres que se han paseado por el mundo, el más elegante.

Y eso que el piropo más cerdo que he escuchado es el que en sus años testosterónicos dedicó a la duquesa de Cornualles, amante en esos tiempos pretéritos, y se filtró, y que es el más repugnante concebido por un alma humana torturada. No me hagan repetirlo y menos por escrito en este respetable periódico.

Con todo, Carlos de Inglaterra siempre ha sido el hombre más elegante del mundo. Y el único verdaderamente creíble en chaqué.

Carlos de Inglaterra no necesita ser guapo como Rania de Jordania, ni necesita pelo, como Nadal, ni tampoco una nariz respingona hecha a medida.

¿Qué por qué Carlos es el hombre más elegante del mundo? Pues porque es capaz de minimizar el impacto de esas orejas, y esas orejazas es imposible sobrellevarlas con dignidad si no es con máxima elegancia.

Otra prueba irrefutable de su elegancia medular es su amor y su deseo inextinguibles por esa gran desconocida, aparentemente villana que peinando canas se ha dulcificado, llamada Camila Parker Bowles.

No tengo a Carlos de Inglaterra por un hombre especialmente elevado, no es Marco Aurelio, que yo sepa, pero su elegancia, que es ácido desoxirribonucleico, le permitió enamorarse hasta las polainas (o hasta sus calcetines Corgi, como la raza de perros favorita de su madre) sin necesidad de que su amada estuviera “buena”. No me negarán que se trata de uno de los fenómenos más estéticos, revolucionarios y dignos de análisis que hoy en día nos podemos echar ustedes y yo a la cara.

En adelante, pese a la crisis de identidad nacional que agitará los verdes pastos de la campiña británica, reinará, como es habitual, con poderes simbólicos y ceremoniales, y permanecerá neutral en el plano político. Entre sus competencias estará también nombrar al Gobierno e invitar al líder del partido que gane las generales, así como disolver el Ejecutivo antes de los comicios.

El segundo en la línea sucesoria es el príncipe William (junto a la perfectísima y angelical Kate Middleton) mientras que el hijo mayor de ambos, el príncipe George, es el tercero.

La hemeroteca asegura que con seis añitos Harry de Inglaterra le espetó a su hermano mayor: “tú reinarás, pero yo haré lo que me dé la gana”, aunque parece fuera de toda controversia que hará lo que la protagonista de su película de amor y lujo particular, Meghan Markle, decida y eso no hace falta que lo lean en mi columna, queridos amigos, porque se puede leer en su rostro.

En la casa Windsor estarán perplejos (¿No era Isabel II inmortal?), aunque echarán mano de su sempiterna contención y saber estar porque tienen prohibido protagonizar reacciones humanas como alegrarse o lamentarse, así como jugar al Monopoly. Tampoco pueden comer marisco, ni ajo, ni ceviche, ni marinados, ni comidas exóticas, ni utilizar diminutivos ni apodos, ni nombres cariñosos en público ni en la intimidad… Pero sin duda, sofocarán sus quebrantos con un delicioso Gin tonic, con Dubonnet mientras escuchan Her Majesty” la socarrona cancioncilla que Paul McCartney compuso para la Reina.