Política

De monarquías e interés

Para los británicos la Monarquía no es ni más ni menos que la representación viva de su historia y su carácter, por eso veían a la reina no como Jefa del Estado, sino como Gran Abuela Nacional

A Cecilia le ha pillado la muerte de la Reina de Inglaterra haciendo cuentas. Estaba pendiente de lo que decían las noticias sobre la subida de los tipos de interés, del anuncio que había hecho el Banco Central Europeo, de que los pondría lo más altos posible para que fuera más caro pedir préstamos, así se movería menos dinero y los precios tenderían a bajar. Estaba en esa lógica de la economía que ya sabe ella que no es una ciencia exacta, pero que al parecer la siguen aplicando como si lo fuera: encarecemos los préstamos, circula menos el dinero y al haber menos oferta, bajan los precios. Lo malo es que si el consumo decae la economía no crece y, aún peor, va para abajo y entramos en recesión. Cecilia no es economista, pero lee algo y, como cualquier hija de vecino, es capaz de entender la lógica de esas previsiones. Lo malo es que no siempre se cumplen. Y si lo hacen es a costa de que la gente sea más pobre y la situación de todos, más complicada. Que sí, que algo hay que hacer para que dejen de subir los precios, para que baje la inflación, pero, ¿sobre las espaldas de la mayoría del personal? ¿No será más eficaz ir a las causas y trabajar ahí? Claro, piensa Cecilia, no se puede arrugar a Putin y que deje de enredar con el gas, pero ¿sería posible que con menos impuestos por un lado y algo de sacrificio por parte de los bancos y las industrias de la energía, la cosa se suavizase un poco?.

En estas estaba Cecilia cuando de repente se muere la Reina Isabel II. Bueno, no muy de repente, que llevaba un tiempo algo tocada, lo que no es raro a sus 96 años, y se había tenido que quedar en la fría y húmeda Escocia pese a acontecimientos como el cambio de gobierno que en circunstancias normales habrían exigido su presencia en Londres. Por primera vez no recibió a un primer ministro en Windsor, y la nueva Liz Truss, su joven tocaya, tuvo que hacerse mil millas para la audiencia en Balmoral. Muy mal tenía que estar para quedarse allí arriba entre brumas y nieblas. Ya se lo imaginaba Cecilia. Por eso piensa que el despliegue general, la forma en que la noticia ha asaltado todos los medios de comunicación, a lo que parece de todo el mundo, como si fuera un acontecimiento global inesperado, quizá se base en que existía la percepción general de que esta mujer era imbatible y su hijo Carlos no reinaría jamás. Ya se apuntaba un mal pronóstico, parecía cuestión de poco tiempo, pero Isabel II estaba investida de la divinidad de los inmortales más que de la majestad de los reyes y quizá tuviéramos interiorizado que no se iría nunca.

La Monarquía no es una institución cercana a la divinidad aunque así se la viese hasta hace dos siglos, pero su ornamento fundamental es una solemne institucionalidad cuya misión y efecto es unir a la ciudadanía en torno a la identidad que encarna y, por eso mismo, representar al colectivo o nación en la que reina. Para eso se necesita circunstancia y pompa, distancia y liturgia, tradición y estilo. Y todo eso eran adornos que desplegaba y cuidaba la Casa Real Británica con su jefa al frente. Para los británicos la Monarquía no es ni más ni menos que la representación viva de su historia y su carácter, por eso veían a la reina no como Jefa del Estado, sino como Gran Abuela Nacional. ¿Paternalismo? No; identidad de país alrededor de la institución. Por eso le perdonaban a la familia cualquiera de los excesos públicos y privados que han salpicado su historia sobre todo en los últimos años. Por eso nadie protestará por los fastos y gastos del funeral, entierro y coronación pese a las más que apreturas que vive la hoy solitaria economía británica.

La diferencia entre la monarquía que hoy encabeza ya el nuevo Rey Carlos o cómo vaya a llamarse y el resto de las existentes en Europa, es que los británicos entienden perfectamente cuál es el papel real de la institución y la ponen en su sitio, que no es ni gobernar ni aplicar políticas ni ajustar los niveles de democracia, sino ser país y representarlo.

Así lo ve al menos Cecilia, que envidia esa tradicional lucidez del pueblo inglés mientras en España seguimos todavía con el debate de si es mejor presidente que rey o rey que presidente cuando en ningún caso su origen y papel son comparables.

Pero eso es ya otra cuestión.

Siguen los medios desplegando imágenes, emoción e informaciones y vuelve ella a sus cuentas pensando que al final lo que más nos va a tocar a todos es la noticia, también de ayer, que se ha comido la fuerza histórica de una muerte global, la subida de los tipos de interés. A ver cómo convence al banco para que cambien su hipoteca a tipo fijo y no arruinarse a partir de noviembre.