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El Rey en el funeral

El reinado de Juan Carlos I ha sido más provechoso para España –uno de los más provechosos de la Historia– que el de Isabel II para el Reino Unido

Al final se impone el buen sentido y el Rey Juan Carlos, acompañado de la Reina Sofía, asistirá al funeral de la reina Isabel de Inglaterra, pariente lejana suya. Habría sido un despropósito rechazar la invitación, como querían, por lo visto, los del Gobierno español con el falso pretexto de proteger a su hijo, el Rey Felipe VI. Los enemigos de la Monarquía, enquistados en el corazón del Gobierno, aprovechan cualquier ocasión para atacar a la institución, impulsados por su sueño republicano. Sorprende que en este caso haya tantos incautos que favorezcan la infame campaña contra el viejo rey desterrado. Los mismos que fueron testigos directos, algunos de ellos privilegiados, de su histórico reinado y que miraron para otro lado y le jalearon cuando conocieron sus debilidades humanas, se vuelven ahora contra él de manera indigna y desproporcionada. Da vergüenza tanta ingratitud. Y hasta un poco de asco.

Don Juan Carlos, Juanito en familia, nació en el exilio y algunos pretenden que muera en el exilio. Desde luego morirá, cuando le llegue su hora, mucho menos rico que la reina Isabel, a cuyo funeral se dispone a asistir. La diferencia es que nadie en Inglaterra pide cuentas, a la reina difunta, de los orígenes de su inmensa fortuna, ni de los líos de familia, ni de su política colonialista –ahí está Gibraltar, bien cerca– ni del «brexit», ni, por supuesto, del desmoronamiento del Imperio Británico bajo su largo reinado. En esto no hay color. El reinado de Juan Carlos I ha sido más provechoso para España –uno de los más provechosos de la Historia– que el de Isabel II para el Reino Unido. No digamos el discutible provecho para nuestro país del reinado de la monarca británica fallecida en la más dorada ancianidad.

Por eso contrasta escandalosamente el boato, el despliegue mediático, evidentemente desproporcionado y plagado de papanatismo, con motivo de la muerte de Isabel II, comparado con el maltrato oficial y el desprecio al Rey Juan Carlos, al que se trata como a un apestado o un delincuente, sin tener causas pendientes con la Justicia, pretendiendo incluso impedirle asistir al funeral, al que ha sido invitado. A la luz de los cirios funerarios en Westminster, su figura debería recobrar la dignidad y el aprecio perdidos. En esa hora solemne, la hora de la verdad, se aprecia mejor lo que da de sí una vida pública despojada de sus miserias humanas y de las torpes intrigas políticas. A la luz de estos cirios funerarios se ve con nítida claridad que hay que acabar ya con el destierro del anciano rey.