Pedro Sánchez

Falsa euforia

La antigua audacia juvenil de Sánchez ha ido dejando paso a un personaje que despliega el enamoramiento de sí mismo en un repertorio de tics y visajes histriónicos

Se dice que entre los muchos y muy diversos asesores de Pedro Sánchez en La Moncloa cunde la idea de que el formato del debate en el Senado favorece al Presidente. Si es así, se equivocan. Siguiendo una inveterada y curiosa costumbre, Sánchez no resiste a la tentación de alargar sin límite sus propias intervenciones. Como era de esperar, acaba cayendo en la redundancia, la inconsistencia, la irrelevancia. Con el tiempo, además, la antigua audacia juvenil de Sánchez ha ido dejando paso a un personaje que despliega el enamoramiento de sí mismo en un repertorio de tics y visajes histriónicos. Esta evolución no ayuda a componer la figura que se necesita en un momento de incertidumbre, como ha empezado a afirmar el propio Presidente. Por su parte, el adversario, sin tiempo para estas distracciones, se ve forzado a concentrar su argumentación y sus ataques. Resulta más eficaz y, de paso, le obliga a componer una figura de seriedad y contención que le viene bien a un político como Feijóo y a una circunstancia como la española.

Más allá del formato y la imagen de los personajes que ese mismo formato configura, están las cuestiones de fondo. Pues bien, también estas se ven afectadas por la forma del debate y el uso que hacen de él el Presidente y su equipo. Del maremágnum de las tres intervenciones presidenciales, sobreviven unas cuantas expresiones destinadas, por lo que se ve, a convertirse en hitos memorables. Uno es la «guerra de Putin». Otro es la «experiencia» de Feijóo. Y otro los «bulos» de los que al parece se nutre el discurso de la oposición. El último no resulta creíble después de todo lo que ha demostrado el PSOE. En cuanto a la experiencia de Feijóo, aludida reiteradas veces en tono irónico, acaba consolidando a Feijóo como un adversario solvente. Y en lo que concierne a la «guerra de Putin», el eslogan no describe ni expone los motivos de la posición española, fuera del tópico propagandístico. Parece que más allá de esta hubiera bien poco.

Queda lo que debería haber sido lo más importante, que son las grandes líneas de actuación del gobierno: el nuevo modelo de nación, la política energética y un crecimiento cada vez más escuálido. En cuanto al primero, Sánchez apenas hizo más que enunciar unas cuantas preguntas retóricas a su adversario, que pudo en cambio afirmar su propia posición, aunque sería de desear mayor claridad. La política energética recibió, como era de esperar, un tratamiento muy amplio, pero por eso mismo poco definido: queda la aportación española centrada en la llamada excepción ibérica, la insistencia en las renovables y la afirmación de que estamos en una situación algo mejor que nuestros socios europeos. Es importante, pero no convencerá a quienes se enfrentan a la subida en el precio de la energía, menos aún si de fondo se convierte la lucha contra el cambio climático en una cruzada ideológica, apartando como si fuera un tabú posibles alternativas. En cuanto al crecimiento, Sánchez pareció empezar a resignarse ante la circunstancia que viene, sin más instrumentos que repartir recursos de los que carece y que, en cualquier caso, no suscitarán un aumento de la actividad económica. Más bien la obstaculizarán. Así que toca explayarse en discursos triviales, sin límite de tiempo. A ver si el electorado se conforma con esto y se frena la estampida de votantes.