PSOE

Estamos de aniversario

Yo ni siquiera era becaria en aquel entonces. Las de mi quinta observábamos con cierta indiferencia aquella victoria electoral del PSOE y a las pijas también nos echaba un poco para atrás la pana marrón. No sé si por pana o por marrón, ya que mi padre decía que un caballero nunca podía lucir ese color, pero había mucho alborozo en un ambiente expectante –e ilusionante para algunos-, que no compartí porque andaba a otra bola, aunque nunca dejé de darle vueltas a la palabra carisma, que tantas veces se pronunció en aquellos días de alborozo para unos, inquietantes para otros por miedo a lo desconocido y a aquella sentencia guerrista de “a España no la va a reconocer ni la padre que la parió”, que a mí, en aquellos tempranos años, me sonó a maldición gitana. Pasados los años, todavía con esta cuadrilla en el Gobierno, con sus aciertos y sus equivocaciones, conocí de lejos a Guerra. A Felipe más de cerca, en actos oficiales y hasta en una cena a cuatro en un pequeño comedor de Moncloa, con C.J., mi marido entonces, y Carmen Romero su mujer entonces también. La cena fue casera, casera, como diría Arguiñano: una crema de patata con pollo, que no sé si sería de pastilla, unos filetes de pescado empanado, que no sé si serían congelados de esos que se dan a los niños, y flan de huevo, que probablemente era de los que se compran junto a los yogures en los supermercados. De esta pequeña reunión han pasado treinta años y la cara de aburrimiento no se me ha quitado todavía. Ni él ni ella hicieron el más mínimo esfuerzo por resultar entretenidos. Mi familia sevillana hubiera abominado de esa falta de gracejo y encanto. Nunca conocí la bodeguilla, donde se suponía que había juergas frecuentes, pero eso quedaba reservado para los escritores, cantantes y cineastas que les hacían el caldo gordo, que arrimaban el hombro en las campañas y que les recordaban a cada momento lo guapos y lo listos que eran. Hoy no sabemos qué habrá sido de aquella habitación de cuchipandas, pero si bien Zapatero conservó una cohorte de pelotas, arqueando el dedo índice en señal de apoyo al de las cejas picudas, del cubículo del jamoncito con el vinito nunca nadie volvió a hablar.

En estos días se celebran los cuarenta años de aquellos 202 escaños que logró González con ninguno de los que lo conformaban, salvo Felipe que no sabemos cómo se presta a una farsa como esta. Algunos, como el presidente de la región extremeña han dicho que tienen la boda de un sobrino muy querido y que, lamentablemente, no podrán asistir a los fastos de Sevilla. A Guerra y a su famoso “enmano” no se les espera, porque no están invitados. Sánchez busca un protagonismo absoluto, cuando a él no le han votado más que unos cuantos despistados, sacando casi cien escaños menos que González en 1982, pero le da igual, va con la jeta por delante como si fuera triunfador y pacta con el mismísimo diablo para seguir viajando a costa del presupuesto, aun cuando en geografía va justito: no sabía dónde estaba, si en Kenia o en Senegal.

CODA. Leonor vuelve a agradarnos, no sólo es princesa sino que lo parece, como aquello de la mujer del César. No así su madre exhibiendo sus horas de culturismo en un vestido bonito, pero inadecuado para una reina. Que los deje para la intimidad, por favor. En Asturias la Princesa nos dejó encantados tanto con su atuendo como con su discurso, bien pronunciado y sin falsa naturalidad. Pero no dejemos de lado a la Infanta Sofía, que representa su discreto y mudo papel con una sonrisa espontánea y nos sorprende con su estatura, cercana ya a la de su padre. Como Borbonas que son, buena facha no les falta.