Ley del "solo sí es sí"
El traje mágico de la emperatriz
En la España actual, el cuento de Andersen acaba con el niño apaleado por fascista
En el cuento de Hans Christian Andersen, dos pícaros aseguraban que eran capaces de tejer una tela tan ligera y suave, como una brisa de primavera. Una tela tan mágica, que era invisible para los estúpidos o los funcionarios incapaces de desempeñar bien su cargo. Así que el emperador envió a dos de sus ministros a examinar el delicado tejido y éstos, que no habían visto nada, porque nada había, volvieron hablando maravillas de la tela, no fueran a quedarse sin los privilegios y el sueldito de su cargo. Por fin, el emperador, que se había gastado una pasta en el asunto, recibió el presunto traje, no vio nada, nada dijo, a ver si le iban a tomar por estúpido, se dejó hacer la pantomima de vestirse y salió a dar un paseo en pelota picada, entre las expresiones de admiración del pueblo, que exaltaba la belleza de la prenda, la calidad del corte y la luminosidad del tejido. El final es conocido. Un niño, pues es sabido que sólo los niños, los borrachos y los periodistas siempre dicen la verdad, gritó aquello de «el rey está desnudo» y el pueblo, liberado de la superchería, se echó a reír. Pero eso ocurría en Dinamarca, en 1837. Porque en España, en 2022, el cuento acaba con el niño apaleado, su familia tildada de fascista y el emperador, compungido, llorando ante tal intolerable demostración de violencia política.
Hay que suponer que a la bancada socialista del Congreso, la que votó por unanimidad la ley del «sí es sí» impulsada por Irene Montero, la misma que habían puesto en solfa los magistrados del CGPJ, los fiscales del Consejo Fiscal y el Consejo de Estado, les habían colado los efectos mágicos de un engendro jurídico que iba a acabar de un plumazo con la violencia contra las mujeres. Y, claro, nadie quiere pasar por machista, agresor sexual, fascista o miembro declarado del heteropatriarcado criminal, que son los bonitos epítetos que suelen emplear las chicas de Irene Montero cuando se ponen estupendas. En cualquier caso, se puede entender que los diputados socialistas, como los ministros del emperador, no quisieran pasar por estúpidos y, sobre todo, no quisieran perder el sueldito público, los bonos de viaje y los apañados menús del Congreso, pero no es de recibo que una vez que ha estallado el grito, que hemos visto que la ley está desnuda y que ya hay más de treinta abusadores y agresores sexuales disfrutando de unas rebajas de pena, que llegan hasta la plena libertad, sigan exaltando la belleza del tejido y en lugar de correr a los pícaros, los ensalcen como a taumaturgos infalibles.
Es cierto que hace mucho frío fuera del caserón de la carrera de San Jerónimo, qué se lo pregunten a quienes se levantan todas las mañanas y curran por un poco más del salario mínimo, pero, señorías socialistas, nunca sobra un poco de dignidad. Porque, aquí, los que verdaderamente han sido insultados, y de una manera especialmente grave, como sólo es capaz de hacer la izquierda, son los jueces, a los que Irene Montero y sus chicas del coro de la subvención inútil han acusado, prácticamente, de prevaricar por razón de género, ayunas de los principios más elementales del derecho, entre ellos, la aplicación de la norma más favorable al reo. Eso, señoras mías, sí es violencia política. Y es, también, desdoro de las instituciones y ciscarse en la separación de poderes. Pero ya se sabe, estamos tan rodeados de fascistas que no vemos que el rey está desnudo.
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