justicia

Finezza y jueces

Las razones jurídicas de lo decidido no cuentan, ni así se analizarán porque según a quien favorezca o perjudique, somos de tal o cual partido, conservadores o progresistas

Había olvidado unos papeles y tuve que volver al despacho. Era una agradable tarde de otoño, poca gente en el parque, críos jugando y algún paseante con su perro. Ante la puerta principal un joven trajeado se hacía un selfi con la fachada del Tribunal Supremo de fondo; cuando salí era una chica quien se retrataba, acompañada de quienes, por la edad, parecían familiares. Tanto al chico como a la chica se les veía radiantes, eso sí, con un aire de cansancio y nerviosismo. Poco tardó en esfumarse mi extrañeza: salían del Tribunal Supremo tras del último y definitivo ejercicio de las oposiciones a judicatura. Y felices: habían aprobado, ya eran jueces, o fiscales.

La alegría no era para menos. ¿Cuatro, cinco años?, no sé lo que habían tardado, pero atrás dejaban años de estudio de unas oposiciones durísimas. Y antes, otros cuatro años en la universidad y si optaban por ser jueces, ante sí tenían otros dos años de formación en la Escuela Judicial. Una década formándose y un nivel de formación que en los años venideros tendrían que ir manteniendo.

A las pocas semanas vino la escandalera política. Los jueces empezaron a revisar las condenas tras la ley del «sí es sí», cuya autoría recae en el feminismo gobernante y legislante. Al rebajar las penas se aplicaba algo de cajón como que para el condenado rigen los efectos de la norma posterior más beneficiosa. Atrapadas en el escándalo, por las bocas de las responsables de esa norma salían sapos y culebras contra los jueces echándoles la culpa de las consecuencias de su norma; y, no sin desvergüenza, les acusaban de falta de formación.

Pensé en aquellos dos chicos, felices, que se retrataban ante el Tribunal Supremo: ¿serían capaces de decirles a la cara que tras años de estudio y esfuerzo carecían de formación jurídica? Como todo está en internet pronto di con el currículo de las vociferantes faltonas… Lo resumo en esos puntos suspensivos y en calificar sus críticas de injustas. Creo que soy indulgente.

Con todo, siempre me he preguntado si es lícito criticar a los jueces y la respuesta es instantánea: pues claro que sí, es más, siempre ha sido así. Incluso en tiempos de falta de libertad de expresión la literatura procesal de siempre ha sido rica en expresiones rituarias que, como las nubes que presagian lluvia, nos advierten de un palo inminente. «Con todos los respetos y dicho en términos de estricta defensa» es una de esas nubes. Leer esa entradilla, reacomodarse en el asiento y hundir la cabeza en los hombros es todo uno: el estacazo es inminente. Si lo atacado no es lo argumentado por el contrario sino una resolución judicial, el juez sabe que esa crítica forma parte de lo admisible, obviamente si no es faltona, mal educada.

Ahora nos meten a los jueces en la batidora de la lucha política, nos aplican la misma lógica que ahí se gasta y nos machacan con el mismo armamento. Por nuestras cabezas sobrevuelan –y de qué manera– esos misiles bien cargados de adjetivos calificativos y con tanto peso que arrinconan al sustantivo al que acompañan. Convertidos en unos combatientes más en una guerra que no es la nuestra, lo que decidamos se valora como lo dicho por el adversario. Las razones jurídicas de lo decidido no cuentan, ni así se analizarán porque según a quien favorezca o perjudique, somos de tal o cual partido, conservadores o progresistas.

El daño es muy grande. Si ya es dañino que la atmósfera del debate político –incluso en sede parlamentaria– ande al mismo nivel de tantos sabiondos youtubers o se emplee el lenguaje de tanto cafre que, desde el anonimato cobarde, pulula por la selva de las redes sociales, el daño es mayor cuando esa crítica se dirige contra jueces que, con mayor o menor acierto, al menos por escrito dan una razón objetiva, jurídica y contrastable de sus decisiones.

No es fácil criticar al juez: hay que dar razones y siempre con educación. Para todo hay que tener educación, para reírse –nada más molesto que el vecino de mesa o asiento cuya alegría es un berreante carcajeo–, para llorar –ahí la entereza y el señorío se nota– y hasta para decir un taco, porque el soez es facilón, el inteligente, atinado y bien colocado es difícil. Pues otro tanto ocurre con la crítica ya sea política o judicial, valga hoy la redundancia. La de aires tuiteros, jibarizada en pocas palabras, hiriente y faltona, es fácil; la irónica e inteligente –como todo lo inteligente– es difícil y tiene su arte. En esto vamos mal en España. Ya nos diagnosticó el entonces presidente Andreotti: si en nuestros usos políticos manca finezza, para nuestra desgracia la razón jurídica se juega en el detalle, la fineza o el matiz.

José Luis Requero es magistrado.