Industria

Un caldero de grafeno, al final del Arcoíris

Lo mismo, la quinta revolución industrial de la Humanidad, la que nos hará libres, tiene apellidos españoles

Me tomo unas cervezas con el amigo José María, coronel retirado del Ejército del Aire, y me cuenta que hay dos españoles expertos en materiales –el ingeniero de Minas y profesor titular Alfonso J. Moraño Rodríguez, y el especialista en polímeros Julián Rivero Robles– que aseguran haber descubierto un sistema en cinco pasos para fabricar grafeno puro, es decir, sin contaminantes como los residuos que producen los actuales procesos por oxidación, exfoliación mecánica o vaporización de metano, y que, además, son capaces de obtener cantidades del orden de 950 gramos por cada kilo de grafito. Para situarnos, es lo mismo que afirmar que dos tipos en España han dado con la piedra filosofal. Nada menos que con la base sobre la que se sustentará la quinta revolución industrial de la Humanidad, sin que hayan saltado las alarmas entre los múltiples organismos oficiales que se dedican a promover el I+D. Al parecer, el asunto interesó a unos «inversores» rusos, pero el dinero era de dudosa procedencia y lo mismo hubieran financiado la píldora de la eterna juventud con tal de blanquear unos millones. Tal vez, si nuestros repartidores de fondos europeos hubieran oído que buena parte del descubrimiento se hizo en el garaje del chalé de Caravaca de la Cruz de uno de ellos, en plan californiano y tal, la suerte sería otra... Y es que, para hacernos una idea simple de lo que supondría obtener grafeno sin contaminantes, compuesto exclusivamente de átomos de carbono puro, en celdas hexagonales y de un átomo de espesor, valga imaginar una batería de automóvil de menos de 5 kilos de peso, que se recarga en 30 segundos y proporciona una autonomía de 3.000 kilómetros al vehículo. O lo que es lo mismo, hacer desaparecer de un plumazo la pesadilla de la ministra Teresa Ribera, que tiene que reemplazar 25 millones de coches movidos por motores de combustión –que es el actual parque automovilístico español–, en los próximos 15 años. Por no hablar de otras aplicaciones del grafeno, desde las carrocerías que actúan como acumuladores de energía solar, la trasmisión de datos, la tecnología de los semiconductores, la depuración de las aguas contaminadas o la construcción de viviendas térmicamente estables. Sí, ligero, flexible, resistente (es el material más duro que se conoce), transparente y superconductor, especialmente, del calor, el grafeno es la gran esperanza blanca para que el Hombre dé un salto de gigante a una nueva realidad... Me dirán, yo se lo digo al coronel, que con el grafeno pasa como con el hidrógeno, la energía de fusión, el coche eléctrico, las nanopartículas inteligentes, la máquina del movimiento perpetuo y la cura del cáncer, que siempre asoman en el horizonte como el caldero de oro al final del Arcoíris. Y me dirán, también se lo dije al coronel, que sólo tenemos la palabra de estos modernos alquimistas, reacios a patentar el invento para que no caiga en menos de 24 horas en manos de los chinos –o de los ingleses– que ya han tenido alguna experiencia previa con sus hormigones especiales. Y tendrán razón. Hace ya tres décadas desde que Andre Geim y Konstantin Novoselov descubrieron ese material de imposible existencia sin que la promesa de un mundo mejor se haya materializado, porque, hasta el momento, no es industrialmente rentable. Pero, me disculparán los lectores si nada de esto tiene pies ni cabeza, porque la verdad es que se me hacía muy cuesta arriba pensar que había tenido delante de mis narices la noticia del siglo y la había dejado pasar envuelta en un justificable escepticismo, atento a las cosas más urgentes de nuestras tristes chicas de Igualdad y calculando cuántos votos le costará a Pedro Sánchez el arrebato con freno y marcha atrás de Lambán.