Política

Destrucción del arco iris y destrozo de las Instituciones

La mayoría coincidía en que «el deterioro constitucional lo pagará la democracia española»

Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu (1685-1765), el de la «división de poderes», que desarrolló en «El espíritu de las leyes» la teoría del inglés John Locke (1632-1704), explica que «la corrupción de cada régimen político comienza casi siempre por la de los principios en que se funda». Sudáfrica, tras el apartheid y con Nelson Mandela en la presidencia quiso ser «el país del arco iris», como símbolo multirracial y de convivencia. Un cuarto de siglo después, con problemas de estabilidad y corrupción, los sudafricanos dicen que «un país tarda una generación en construirse pero muy poco en destruirse». El ejemplo parece lejano, pero la reforma por la puerta de atrás y en unos minutos de cuatro Leyes Orgánicas en el Congreso de los Diputados abre para muchos la demolición rápida de una serie de Instituciones, entre ellas el Tribunal Constitucional y el Tribunal de Cuentas –hay bastantes más–, que tras la aprobación de la Constitución en 1978 se ganaron durante años el prestigio y el respeto de la práctica totalidad de la sociedad y que ahora puede difuminarse en un breve suspiro.

Pedro Sánchez, al frente de un Gobierno de coalición, que en la práctica es a veces tripartito o cuatripatito –si se cuenta a ERC y a Bildu y sus exigencias–parece decidido a desinstitucionalizar el país. Hay precedentes, más o menos cercanos, y no son alentadores. En Argentina, sin ir mas lejos, el peronismo desvistió las Instituciones y el resultado fue la quiebra social, legal y económica. Felipe González, como siempre, fue el que más habló en la cena –secreta para que se supiera– celebrada con sus ex-ministros, y en la que hubo muchas críticas al inquilino de la Moncloa que, por otra parte, obró el milagro de sentar en la misma mesa al ex-presidente y a Alfonso Guerra. Asistió también algún ex que merodea, confortable, por los alrededores de Sánchez, como Abel Caballero. La mayoría, no obstante, coincidían en su pesimismo y preocupación por la deriva política y por la situación del PSOE, que solo se parece en el que militaban hace años en las siglas. Entre plato y plato del menú navarro de La Manduca de Azagra, que haría las delicias de Carlos Solchaga, la mayoría coincidía en que «el deterioro constitucional lo pagará la democracia española», lo que no impide que Sánchez pueda salirse con la suya y logre enterrar a Montesquieu y destrozar Instituciones con la misma rapidez con la que se evapora el arco iris. Y es apócrifo que en 1985, para justificar una reforma también dudosa, Alfonso Guerra anunciara la muerte de Montesquieu.