Internacional
Balance bianual
Es el dios implacable de la geopolítica el que decide finalmente
De vez en cuando, conviene parar, reflexionar y volviendo la vista atrás ver si hemos logrado avanzar o, al contrario, estamos perdiendo posiciones. Hacer balance. El ritmo frenético de los acontecimientos mundiales –ofrecidos en tiempo real por prensa y medios sociales de comunicación– hace muy conveniente esta pausa de meditación. Como hace casi dos años que el presidente Biden fue elegido, les invito a todos Uds. a que me acompañen en este ejercicio de evaluación. El 12.01.2020 me atreví en estas páginas a imaginar cual podría ser el rumbo a seguir por la administración Biden. Mi suposición básica era que tendría que prestar atención prioritariamente a las crispadas relaciones internas de los EEUU antes de intentar arreglar la caótica situación internacional creada por su antecesor, el inefable y peligroso Trump. Sin unión en casa no hay credibilidad en la política exterior, que es siempre materia a largo plazo.
El más urgente problema interno americano de hace dos años –la pandemia– está ya controlado y los procedimientos seguidos allí han sido más o menos revindicados especialmente si los comparamos con los chinos. En cambio, Biden no ha logrado nada en el campo de la reforma política y electoral debido a la actitud del partido republicano y a la falta de cohesión interna de los demócratas. En cuanto a disminuir las escandalosas diferencias económicas entre las clases sociales americanas y avanzar hacia una mayor cobertura sanitaria de la población general, tampoco se ha progresado nada. Los EEUU siguen estando divididos internamente. Estas tres cuestiones son las que yo imaginaba que Biden iba a tratar de mejorar antes de lanzarse a enmendar la situación internacional. Por otro lado, Trump está cada día más debilitado aunque los políticos republicanos no logran liberarse totalmente del temor a enfrentarse a él. La unidad interna norteamericana será un quimera mientras el anterior presidente tenga poder político. Pero súbitamente –el 24 de febrero pasado– un gran villano internacional, con sueños de grandeza y nostalgia imperial agazapada, iba a alterar bruscamente la agenda del nuevo presidente norteamericano. Por ello, Biden tuvo que echarse al ruedo internacional antes de haber arreglado su casa. No pudo esperar.
Putin, tras el anárquico periodo del presidente Trump y el patinazo de Biden con la salida de Afganistán, no lo dudo: había llegado la hora de la reivindicación ¿O deberíamos decir quizás de la venganza por lo de la URSS? Así que arremetió contra Ucrania dejando claro además que después seguiría con toda la Europa libre. En ese momento las prioridades estratégicas norteamericanas a corto plazo saltaron por los aires. Contener a Putin en Europa era ahora lo más urgente por mucho que pensaran que China seguía siendo su problema más grave. Y permitan que les recuerde a Uds. cómo se comportan los políticos: se centran casi exclusivamente en lo urgente. Así que el asunto de Taiwán con su acompañamiento de prácticas comerciales chinas reprobables y derechos humanos vulnerados pasó a un segundo puesto. Además como acabe lo de Ucrania va a tener una clara influencia en la conducta china con relación a Taiwán. Un factor favorable: la administración comunista china ha estado a punto de paralizar su economía y sublevar a segmentos significativos de la población por la rigidez de su política de contención del Covid, demostrando de paso la inflexibilidad ideológica de los regímenes autoritarios. Recientemente ha dado un giro de 180º en este campo.
El mundo islámico, que acaparaba anteriormente casi toda la atención exterior norteamericana, perdió súbitamente prioridad. Irán está prácticamente abandonado por la acción exterior de los EEUU recayendo en sus sufridos ciudadanos la lucha por recuperar sus libertades cívicas básicas. Arabia Saudí está jugando por libre en la guerra económica desatada para castigar a Rusia por su invasión de Ucrania y parece divertirse humillando en público al presidente norteamericano. La Turquía del presidente Erdogan está jugando con varias cartas en el conflicto ucraniano intentando convertirse en el interlocutor imprescindible, pero a la vez beneficiándose económicamente del aislamiento de Rusia. Y, finalmente, el largo sufrimiento del pueblo sirio continúa sin que se vislumbre un fin a esta encrucijada de intereses disputados, como siempre, en el territorio del más débil. En todas estas tragedias que asolan el Oriente Medio se echa de menos una política coherente americana centrados como están en Putin y Ucrania.
En estos dos primeros años de presidencia de Biden hemos comprobado que, aunque los asuntos internos de un país siguen influyendo enormemente en su política exterior, otros agentes internacionales juegan también decisivamente. Hemos constatado lo difícil que es gobernar un partido político; deshacerse de un mal líder (en EEUU, Trump, aquí Uds. juzgarán…); y lo que influyen los gobernantes de las naciones con desmedidas ambiciones y pocos escrúpulos. Como establece el Libro de los Proverbios: el hombre propone y Dios dispone. En nuestro caso, es el dios implacable de la geopolítica el que decide finalmente.
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