Drogas

Washington libra la tercera guerra del opio

El fentanilo chino lo revenden tipos como el «chapito» y mata a cien mil norteamericanos al año

Al Imperio Celestial, el de los chinos, lo único que le interesaba de los bárbaros occidentales era la plata, así que España, que obtenía plata a espuertas de las minas de México y Perú, estableció un floreciente comercio con China, que duró casi tres siglos, a través del llamado «Galeón de Manila», la ruta naval transpacífica entre Acapulco y las Filipinas. Pero llegaron las independencias americanas, se acabó la plata barata y los occidentales se encontraron con dos problemas: la falta de circulante, pues el gobierno de China no aceptaba otro pago que no fuera en el preciado metal, y, dado que Hollywood y Zara todavía eran una entelequia, la ausencia de una mercancía que de verdad quisieran comprar los chinos y ayudara a compensar la enorme desigualdad de la balanza de pagos. Así que Inglaterra y Portugal, primero, y Francia y Estados Unidos, después, forzaron con dos guerras el comercio libre de opio, establecieron colonias y factorías en las costas de China, tumbaron la dinastía Qing y dieron la vuelta al déficit comercial, aunque hubiera que convertir en adictos a varios millones de personas.

Viene a cuento esta historieta porque, hoy, el problema con los opiáceos lo sufren los norteamericanos en carne propia y no parece que tenga fácil solución. Lo empezaron ellos mismos abriendo la mano con las recetas de analgésicos derivados de la morfina y han acabo de rematarlo los cárteles de la droga mexicanos con un producto, el fentanilo, que fue sintetizado en 1960 por el doctor Paul Janssen, y que dicen que es cincuenta veces más potente que la heroína. El medicamento base lo producen los laboratorios chinos a cascoporro y son los cárteles los que elaboran las pastillas y las introducen de contrabando en Estados Unidos. Hacen otras cosas peores, como mezclar el fentanilo con otras drogas, como la heroína, la cocaína o las anfetaminas, y la cuestión es que, en 2021, últimos datos disponibles, de los 107.000 norteamericanos muertos por sobredosis, el 64 por ciento se atribuye al consumo de fentanilo.

Las víctimas ya no son sólo gentes de mediana edad, de los pueblos hundidos por la desindustrialización del Medio Oeste, que se engancharon a los opioides mediante receta médica, sino que empiezan a caer los más jóvenes como moscas. Sólo en California, las muertes por sobredosis entre chavales de 14 a 18 años han pasado de las 492 en 2019, a las 1.146 en 2021. Y claro, la Casa Blanca ha empezado a moverse, a su estilo, que es endosarle toda la culpa a alguien del exterior y, luego, liarse a mamporros.

Fino estratega, el inefable presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, paradigma del peor criollaje, empieza a sentir en la nuca el aliento del cabreo norteamericano y, previo a la cumbre con Biden y Trudeau, se ha olvidado de su «abrazos y no balazos» con un efectista golpe contra la banda de «los chapitos» que, al parecer es una de las que más fentanilo importa, transforma y vende al norte del río Bravo. No ha sido fácil, porque los cárteles se han reforzado después de casi cuatro años de pasividad gubernamental, pero se ha capturado al segundo intento a Ovidio Guzmán, uno de los hijos del «Chapo» que llevaba el negocio en Sinaloa. Para ello, el Ejército y la Policía Federal han tenido que desplegar más de un millar de hombres, batirse con armas pesadas y sufrir decenas de bajas. Pero López Obrador tiene, al menos, una cabeza con la que calmar a Joe Biden. Lo que no es poco.