Política
El negativo del jengibre
En Igualdad se machaca, se inflama, se ofende, se hiere, se mata el feminismo que aseguran impulsar convencidas de que la revolución no la iniciaron las sufragistas sino ellas en el gobierno de Sánchez
Escucha Melina cómo anda revuelto el independentismo feminista a cuenta de un infiltrado donjuán que sedujo a un puñado de activistas ahora despechadas, dolidas y ofendidas. El galán que creyeron conquistar era en realidad un policía que buscaba desvelar secretos más allá de las alcobas que le abrieron. Perseguía su fino olfato rincones más oscuros y sin duda menos gratos que los que todas ellas le abrieron encantadas. Piensa Melina que quizá ella también hubiera caído. Cómo está el tío, se dice admirada ante las fotos que alguien ha publicado a modo de acusador señalamiento.
Desvelado el engaño, atiende Melina a cómo ahora visten las enamoradas el desengaño con la traza indubitable de un abuso españolista. Sexual, dadas las circunstancias. Y juntando letras e inventando sentidos, algo muy de la casta indepe, parece que acusan al funcionario de abuso sexual en nombre del Estado. Español, por supuesto.
Su sí fue sí: al sexo, al amor, a la vida contigo, al hagámoslo hasta el amanecer. Y lo vivieron como una relación consentida, disfrutada y seguro que en algún momento llena de edulcoradas esperanzas. Qué bonito era el amor. Hasta que descubierto el pastel se han dado cuenta no sólo de que han sido engañadas por un hombre, que es algo ya doloroso como cualquiera puede entender, sino de algo mucho peor, que el donjuán era español, policía y formaba parte del aparato represor del estado. Doblemente engañadas, doblemente victimizadas: en su calidad de mujeres y en su calidad de independentistas.
El desasosiego indepe, del que parece haberse contagiado también el resto de la izquierda, le sugiere a Melina una hipersensibilización que acaso sea la antesala de otro cambio legal sobre la ley del sí es sí, de tan infaustas consecuencias. Aprovechando que hay que retocar algunas estimaciones de pena y quizá dejar por escrito ciertas gradaciones, quién sabe si alguna mente inquieta del ministerio del feminismo tiene la ensoñación de añadir al sí es sí un certificado de veracidad. Algo así, se le ocurre a Melina, como una adenda en la que se especifique que en caso de comprobarse que una de las partes, singularmente la masculina, no estaba actuando de buena fe la relación fuera considerada abuso de parte. De esa parte. Si yo acepto, pero tú me engañas, es como si mi sí es sí se hubiese utilizado maliciosamente en tu beneficio. Se invalida, por tanto, y habrá de considerarse abuso.
¿Evitaría eso males de amores? ¿Protegería a la ciudadanía de desengaños? Pues se dice Melina que tanto como la ley original del sí es sí que ahora parece van a cambiar, a las mujeres que han sido víctimas de abusos.
¿Caricatura? Mientras lo piensa, se dice a sí misma que no hay margen para la broma en toda esta cuestión. Que si hemos llegado hasta aquí es por la escandalosa insolvencia de un ministerio puesto en manos de quien con un narcisismo digno de su jefe de filas y de su jefe de gobierno, se empeña en impulsar cambios que rompen el mapa de lo que dice querer conquistar, y en añadir a su incapacidad técnica y política, unas apabullantes ínfulas de divina infalibilidad.
Todo a la vez.
Montero es el negativo del jengibre, que como casi todo el mundo sabe, es una raíz medicinal con propiedades antiinflamatorias, antioxidantes, analgésicas, calmantes y revitalizantes. En Igualdad se machaca, se inflama, se ofende, se hiere, se mata el feminismo que aseguran impulsar convencidas de que la revolución pendiente no la iniciaron las sufragistas sino ellas en el gobierno de Pedro Sánchez.
Desde ese caldo de autoritaria suficiencia cabe entender que haya quien se tome en serio lo de contemplar el caso del infiltrado donjuán como una materia de abuso sexual, inaugurando una nueva forma de represión hasta ahora inexistente.
Para ellas, claro. Porque espías que engañaron, que se sirvieron de su capacidad de seducción para obtener la información que buscaban, existen desde que el ser humano espía. Pero también el feminismo es anterior a Montero y miren dónde estamos.
La política es una cosa muy seria y gobernar un compromiso muy elevado para andarse con estas batallitas frivolonas.
A Melina le recuerda todo esto la facilidad con que cierta izquierda utiliza el término «fascista» o hasta «nazi» para acusar a quienes desde la derecha discrepan de sus ideas. Y eso inquieta. No por la dimensión del insulto, sino por la banalización de su significado. Los fascistas y los nazis dejaron dolor y sangre en Europa sobre millones de personas a cuya memoria se insulta cuando se utilizan las palabras en vano.
Bastante están sufriendo ya las víctimas de asaltos, abusos o violaciones como para asistir ahora a esta especie de ópera bufa de amantes bandidos y espías de buen ver. Si eso son abusos, ¿de qué fueron ellas víctimas?
Que reformen lo que haya que reformar, piensa Melina, que diseñen leyes que de verdad protejan a las mujeres, pero que acepten que pueden equivocarse, como lo podemos hacer todos y, sobre todo, no bromeen, ni frivolicen, ni se inventen mundos irreales buscando el imposible de encajar en el de verdad esa ensoñación permanente en la que viven.
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