Parresía

El adiós de Inés

Si tiramos de la hemeroteca, queda claro que la prioridad del presidente del Gobierno, manual de resistencia en mano, es él mismo

En este país nuestro, en el que la palabra dimisión o retirada no la contemplan la mayoría de los políticos ante un fracaso, es de justicia reconocerle a Inés Arrimadas la decisión que acaba de tomar. El parlamentarismo español pierde a una oradora excelente –de eso andamos muy escasos– y Ciudadanos, tras su marcha, firma definitivamente el acta de defunción. Me gustaba de Arrimadas su valentía dialéctica, aquello de llamar a las cosas por su nombre libremente, sin achantarse. Esa actitud suya, desacomplejada, ante el establishment independentista, la llevó a la proeza de ganar las elecciones en Cataluña, siendo ella charnega. Lástima que Albert Rivera se la llevara a Madrid. Aquella mudanza significó, a la larga, el principio del fin de la formación naranja.

Hay otros ex dirigentes de partidos que, en teoría, ya no están en primera línea, pero siguen manejando los hilos. Véase Pablo Iglesias, que da el visto bueno a las decisiones que anuncia Unidas Podemos. En breve, sabremos en qué queda la urgente reagrupación de mareas, movimientos y demás izquierda que aspira a coaligarse con la plataforma de Yolanda Díaz, para concurrir a las generales. Si Podemos y SUMAR no llegan a un acuerdo –más les vale para subsistir– será por un problema de egos.

En el caso del PSOE, un grupo de líderes históricos –Alfonso Guerra, Nicolás Redondo y demás– se han reunido tras el batacazo del 28M para discutir sobre la situación de su partido. «Tal vez ha llegado el momento de que el PSOE se pregunte si el problema es el candidato», explica Guerra. ¿Le preocupa a Pedro Sánchez este fuego amigo? Ni lo más mínimo, creo yo. Otra cosa es el ERE masivo del partido socialista tras su pérdida de poder territorial, con barones y militantes en su contra. La posibilidad de que los suyos se rebelaran seguro que fue uno de los motivos del adelanto electoral.

A los españoles, Sánchez nos ha comunicado que decidió la cita del 23 de julio «con su conciencia», para frenar a las peligrosas «derecha extrema y extrema derecha» que nos acechan (mantra que escucharemos de su boca una y otra vez). ¿Nos lo hemos creído? Si tiramos de la hemeroteca, queda claro que la prioridad del presidente del Gobierno, manual de resistencia en mano, es él mismo. Y adelantar las generales al 23 de julio, lo que más le conviene. ¿Acierta con la estrategia de polarizarse en su discurso para captar el voto de la «izquierda extrema»? El tiempo lo dirá aunque, de entrada, verle compararse con Biden frente a un Feijóo trumpista suena muy bizarro. De ego, va sobrado.