Tribuna

El alma rusa

Tenemos un claro problema al este de nuestro experimento europeo, siempre lo hemos tenido y en el futuro tampoco va a desaparecer

El alma rusa
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Opinar sobre Rusia está de actualidad. Siempre ha sido esto un apasionante entretenimiento, aunque ahora que proyecta una sombra amenazante sobre nuestra Europa democrática, es quizás aún más apremiante el entender a qué nos podemos enfrentar dentro de unos pocos años. En la Academia en que me honro participar y en una interesante y documentada ponencia de nuestro presidente Benigno Pendás, hemos repasado recientemente Rusia desde sus orígenes históricos hasta los tiempos del Sr. Putin. Y aun así, pese a numerosas contribuciones de diversos académicos, no hemos agotado el tema, con lo que el Sr. Pendás nos ha emplazado a continuar con el estudio. En el confinado espacio de esta Tribuna no intento emular este esfuerzo, sino más bien compartir con Uds. mi concepto personal de cómo percibo esta Rusia que tanto nos ocupa y preocupa, cuál es la esencia del alma rusa, a través –únicamente– de tres de sus características básicas: su complejidad, el nacionalismo exaltado de sus ciudadanos y la inseguridad histórica que muestra.

Rusia es básicamente complicada de entender por su enorme extensión geográfica que abarca desde la casi desierta Siberia a los umbrales de nuestra fraccionada Europa. Inmenso territorio poblado por diferentes etnias, entre las que destaca la eslava. Su alma, la herencia que arrastra a lo largo de los siglos, es, pues, europea, pero a la vez asiática, conservando recuerdos de Bizancio e incluso anteriores; se considera depositaria de un cristianismo más auténtico que el de los occidentales, de los herejes latinos en su arcaica visión. Los rusos no han conocido históricamente la libertad política y tienen una extraña –para nosotros– mezcla de minorías cultas y un servilismo entre las dóciles clases menos afortunadas. Ucrania y Bielorrusia en el imaginario ruso son parte integral de su nación y más concretamente del nacimiento de la misma. La etapa del comunismo, pese a todo el sufrimiento que entrañó, es asociada con la grandeza pasada de su nación y esto nos conduce directamente a la segunda de las características básicas de esta siempre difícil Rusia.

El nacionalismo y el patriotismo son dos maneras diferentes de contemplar un mismo fenómeno. Se suele denominar patriotismo a un fuerte amor por lo propio, mientras que el nacionalismo se caracteriza más bien por la aversión a lo ajeno que se percibe como amenazante para nuestra esencia y pervivencia. Cuando estos afectos y temores nos embargan, solemos denominar patriotismo a lo que sentimos nosotros y calificamos de nacionalismo lo que mueve a nuestros adversarios. Pues bien, los rusos se consideran ardientes patriotas, aunque tienen que comprender que los europeos los veamos más bien como peligrosos nacionalistas fáciles de arrastrar, como sucedió –y es tan solo un ejemplo entre muchos posibles– con Stalin en la 2ª Guerra Mundial, donde toda la parafernalia internacionalista comunista fue sustituida súbitamente por el patriotismo de la eterna Madre Rusia para motivar a sus tropas. El bello idioma ruso forma también parte esencial de esta identidad nacional, sin que puedan concebir fácilmente que alguien que lo hable no se sienta ruso.

Y, por último, la inseguridad rusa hunde sus raíces en su extensa geografía y en la experiencia de las invasiones que han sufrido a lo largo de su historia. No existen grandes barreras naturales que impidan el avance de los ejércitos extranjeros, salvo algunos pocos caudalosos ríos, las enormes distancias y el duro clima. Los mongoles, Napoleón y Hitler –y hasta donde lograron llegar– están siempre presentes en el subconsciente ruso y originan una inseguridad colectiva que les lleva a buscar un colchón formado por las más pequeñas naciones que han tenido la desgracia de surgir en la periferia de Rusia. Tanto con los zares como en la etapa comunista y en la cleptocracia seudodemocrática actual, este desasosiego ha sido una constante histórica. Paradójicamente, el miedo a una nueva invasión –física o ideológica– lleva a los rusos a comportarse agresivamente cara a Europa o a sus vecinos asiáticos, por más que el presente idilio de conveniencia con China lo enmascare.

Lo que tenemos enfrente los europeos hoy, cada vez de forma más explícitamente amenazante, es, pues, básicamente una gran nación complicada de entender, ardientemente nacionalista y tremendamente insegura, realimentándose entre sí estas tres características azuzadas por un mesiánico Sr. Putin. Cuando, por imperativos biológicos, algún día no muy lejano desaparezca Putin, estos tres condicionantes básicos que definen Rusia van a seguir presentes, así que los europeos deberíamos despertar del profundo sopor que la protección militar norteamericana nos había inducido hasta hace poco. Tenemos un claro problema al este de nuestro experimento europeo, siempre lo hemos tenido y en el futuro tampoco va a desaparecer. El primer paso que deberíamos dar para controlarlo es tratar de entender su esencia; intentar escudriñar con respeto, pero también con firmeza, el alma rusa.

Ángel Tafalla,es Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (r).