Aquí estamos de paso

Aníbal y Yolanda

Yolanda Díaz ya iba a lo suyo cuando aún vicepresidía Iglesias la coalición con Sánchez

No hay más que repasar el acto del domingo en el Polideportivo Magariños de Madrid para refutar cualquier tesis sobre la solvencia política del sobredimensionado Pablo Iglesias. Allí estaba, desafiante, segura, aspirante a hacer historia, Yolanda Díaz, la persona que Iglesias ungió con su dedo todopoderoso como sucesora y abanderada de la izquierda a la izquierda del PSOE, dándole al mentor y su cuadrilla una sonora bofetada a dos carrillos. No soy de nadie, recordó la nueva lideresa de la izquierda al público en general y a Podemos en particular. No hacía falta ser tan explícito. Bastaba con seguir atentamente su trayectoria en el Gobierno para evidenciar que no sólo no cumpliría los designios del autoproclamado padrino, sino que atesoraba ambiciones más allá de la alternativa y hasta la disciplina que pretendía forjar Iglesias. Abunda en la convicción de su escaso tino el hecho evidente de que Yolanda Díaz ya iba a lo suyo cuando aún vicepresidía Iglesias la coalición con Sánchez. Y o no se enteró o no quiso verlo.

Dicen los que saben que ya entonces empezó a arrepentirse, y de ahí que otorgara desde su sombra de Galapagar o sus pinitos de comunicador sectario, un papel de relevancia a Irene Montero o a la gélida Ione Belarra. Pero, claro, cuando le das poder a quien no tiene mucho criterio, te montan leyes como la del «síessí» y te organizan un cirio de padre y muy señor mío, acrecentado por su insólita tenacidad en negar la realidad. Frente a una ministra que amortiguó los dramas de la pandemia con acuerdos como el de los ertes, pones a las otras dos «pilimilis» de la ley trans y la insolvencia técnico jurídica, y ya el asunto se te empieza a poner feo.

Muchos se preguntaban a qué esperaba Yolanda para sacar adelante su propuesta irónicamente llamada Sumar, cuando lo que en realidad busca es arrebatar espacio a ese Podemos que nació avispado e ilusionante y fue muriendo a base de los tajos leninistas por donde más talento había, la política de obstrucción al PSOE, y la escandalosa impericia de los que aún le quedaban a Iglesias por afecto personal o por incapacidad para la crítica, que no deja de ser una forma de incapacidad política.

La nueva lideresa de la izquierda ha esperado el eclipse. Como si de un hábil astrónomo se tratara, aguardó la conjunción planetaria del horizonte electoral inminente y la imparable caída de Podemos en prestigio, audiencia y peso político, para desenvainar y capitanear el cambio de rumbo de esa izquierda desnortada, viva tan sólo porque forma parte de un gobierno cuyo presidente quiere verla fuera casi desde el minuto uno.

El mismo día en que se presentaba Sumar, en la villa minera de Mieres llenaba el teatro la candidatura de Aníbal, el alcalde de Izquierda Unida al que todo el mundo conoce sólo por su nombre y que aumenta con cada elección el peso de su mayoría absoluta. Porque gobierna desde la izquierda para todos.

Ese es el espejo en el que se mira Yolanda. Que aspira, como el alcalde de Mieres, a ser sólo Yolanda. Esa es la política que siempre despreció desde su soberbia el profesor universitario más sobrevalorado en la política nacional contemporánea, Pablo Iglesias. Quizá ni él mismo se haya dado cuenta aún de que su proyecto personalista entró en coma desde que el domingo Yolanda Díaz lanzó sus canastas en la cancha que algún día metió también las suyas su hoy escondido padrino, Pedro Sánchez.