
Terrorismo
Aquel inolvidable viaje
30 aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez
Corría el mes de diciembre de 1994 y viajaba a San Sebastián, como siempre, a mantener el contacto con las Fuerzas de Seguridad y, de paso, felicitarles la Navidad. En la sala de embarque de Barajas me encontré con Gregorio Ordóñez, que había venido a Madrid a una reunión del Partido Popular. Éramos muy pocos los viajeros, entre los que se encontraban Los Chunguitos y componentes del Guipuzcoa Buru Batzar (Ejecutiva del PNV en Guipúzcoa), a los que Gregorio me presentó y me saludaron con esa frialdad de quien no tierne más remedio que hacerlo con un enemigo o rival y algunos con la expresión que parecía decir: “Por fin le ponemos cara”. No les hicimos caso y comenzamos a hablar de la situación en el País Vasco, conversación que se prolongó durante el viaje, en el que el avión, conforme se acercaba a San Sebastián, se topó con una tormenta de esas difíciles de olvidar.
Gregorio era un tipo valiente, empático, convencido de lo que hacía y al que admiraba porque había sabido darles a los etarras, y demás comparsa criminal donde más le dolía y con el arma que más odiaban: LA VERDAD. Eran aquellos tiempos en que esta gentuza se dedicaba a cantarles a policías y guardias aquello de que “Que se vayan, se vayan, se vayan, que se vayan de una p...vez”, a lo que Ordóñez les contestaba acertadamente desde sus constantes comparecencias en la radio que los que tenían que irse eran ellos, que lo único que representaban era el mal en aquella tierra con las consecuencias de todos conocidas y que, por lo visto, nunca sucedieron. A los que las han, hemos, sufrido, no se nos han borrado esas terribles experiencias y, aunque no sea de cristianos, en lo que a mí concierne, ni perdono, ni olvido.
Volvamos al viaje, que fue un poco más largo de lo habitual porque el avión, por las pobladas nubes, no pudo entrar en Fuenterrabía hasta el tercer intento.
No hacía mucho tiempo que habíamos publicado en ABC la “aportación” de un preso etarra , en uno de sus panfletos ETA llamado “Barne Bulletina”, en la que consideraba que la estrategia que seguía la banda no era la correcta y que había que matar políticos. Venía a decir que hasta que los políticos no vieran metido en una caja de pino a uno de los suyos y no a los habituales uniformados, no se avendrían a negociar con ETA la independencia y, lo que más les interesaba a ellos, el acercamiento a cárceles vascas como paso previo a una nueva amnistía, algo que han conseguido ahora. Hablaba, en términos duros, de caja de pino, lágrimas de cocodrilo.
Fuera este u otro el origen, lo cierto es que el “aparato político” de ETA encargo a Herri Batasuna la elaboración de la ponencia “Oldartzen” (agresor o agresión en euskera), en la que se hablaba de que había que “socializar el sufrimiento” y extender los atentados a diversos sectores sociales, no sólo los uniformados, como los políticos. Ya estaba dado el primer paso.
Todo ello se lo comenté a Gregorio, a la vez que le expresaba mi preocupación por su seguridad personal. O no había interiorizado el peligro o, eso deduje de la conversación, no quería molestar con la petición de medidas de protección, aunque sí contaba con algunas que le había facilitado la Guardia Civil, que no voy a citar para no dar esa satisfacción a los que ordenaron y perpetraron su asesinato. Eran insuficientes, pero eso no dependía de Inchaurrondo sino del Ministerio del Interior, que, después, tarde para Ordóñez, las habilitó para los concejales del PP y después del PSE-PSOE.
Tenía el honor de compartir con él el profundo amor por el País Vasco, que es tanto como amar a España, y la lucha, con las armas de la palabra y la máquina de escribir, contra el separatismo liberticida. Estoy seguro de que a ello había contribuido nuestro paso por las Fuerzas Armadas como alféreces de Infantería. Creo que recordar que había realizado las prácticas de IMEC en una unidad de Montaña de Jaca. Siempre los puestos de mayor riesgo y fatiga.
Sí me comentó que no hacía mucho tiempo había observado una noche unos movimientos raros de individuos sin identificar. Se montaron las correspondientes contravigilancias, pero los planes de los malos habían fijado el lugar del asesinato en otro sitio.
Al aterrizar por fin en el aeropuerto de Fuenterrabía y saber que iba a coger un taxi para ir a San Sebastián, se ofreció a llevarme en su coche, un Audi recién estrenado. Que, menos mal, guardaba en una zona del aeródromo protegida por la Guardia Civil.
No le volví a ver con vida. Nada más tener conocimiento de su asesinato, viajé a San Sebastián. Junto con Javier Pagola, nuestro corresponsal en San Sebastián, otro tipo valiente donde los haya, acudimos a la capilla ardiente. Dudé unos minutos si entrar o quedarme con la imagen de aquel inolvidable viaje y optamos por lo primero. Durante estos 38 años de información contraterrorista ha habido algunas ocasiones en que me ha costado contener las lágrimas y aquel día, a duras penas, lo logré. Era una terrible sensación. Como siempre, ante la presencia de una o varias personas asesinadas vilmente por ETA, la sensación de rabia, injusticia y deseo que los terroristas pudieran ser detenidos cuanto antes, era denominador común. Daban ganas, cuando volviera a Madrid, de comunicar al periódico de que mi periplo en aquella sección había terminado. Pero era tanto como rendirse, lo que querían los terroristas.
Mañana se cumplen 30 años del asesinato de Gregorio. ¡Cómo han cambiado las cosas! Es verdad que ETA dejó de matar, cuando estuvo acorralada y no podía moverse. Su “aparato político” supo rentabilizar aquel “gran gesto”, que aderezó con su parafernalia habitual. Las víctimas, que sólo reclaman dignidad y justicia, a las que tienen derecho, pisoteadas y, lo he comentado con muchos de los que protagonizaron la lucha contra la banda asesina, una sensación de que el trabajo no se ha valorado en su justa medida. Los malos, en afán de invertir los valores de la historia, lo que es imposible, no han ganado. Perdieron y lo saben. Otra cosa es que terceros, por intereses espurios, les hayan puesto una alfombra roja y facilitado el disfraz de conspicuos demócratas.
Descanse en Paz Gregorio Ordóñez que fue, él sí, un héroe en la lucha por la democracia.
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