Tribuna

El arte de comprender la historia

Imaginé qué pasará cuando futuros estudiosos del Derecho repasen la historia de hoy para entender las leyes actuales.

Leía hace poco una entrevista a José Orlandis, eminente catedrático de Historia del Derecho y afamado medievalista, fallecido en 2010. La entrevista tiene ya sus años, se publicó en 1996 en el Anuario de Historia de la Iglesia. No era una entrevista periodística al uso: el entrevistador era Enrique de la Lama, a la sazón tío político mío y, para más datos, ambos sacerdotes.

Como más que una entrevista era un diálogo entre intelectuales, su interlocutor le planteó a Orlandis hablar de lo que denominó el «arte de comprender la historia». La pregunta fue esta: «¿cómo comprende Vd. la historia? ¿Es para Vd. una forma mentis para acceder al conocimiento del Derecho?». Y Orlandis respondió: «…comprender la historia es algo distinto de llegar a tener una erudición vastísima y de publicar trabajos llenos de datos, cuajados de noticias, repletos de citas. La comprensión es otra cosa. Para un medievalista, comprender la historia significa llegar a situarse en la Edad Media como un contemporáneo. Es decir, entender, o tratar de llegar a entender a los hombres de aquellos siglos: sus sentimientos, sus pasiones, su mentalidad, su circunstancia vital y familiarizarse con su ambiente».

Leído eso imaginé qué pasará cuando futuros estudiosos del Derecho repasen la historia de hoy para entender las leyes actuales. Pues si en ese futuro lejano repasan los boletines oficiales del Estado de estas semanas ¿qué pensarán de nosotros?, ¿ejercerán ese arte de comprender nuestra historia? Concluí que, puestos a conceptuar periodos históricos, tal vez deduzcan que los nuestros fueron para el Derecho «tiempos aberrantes». Quizás alguien, ante esa hipotética conceptuación, herida su delicada sensibilidad, se lleve el dorso de la mano a los ojos y vuelva su cabeza escandalizado; tranquilo, porque le recordaré que ese futuro historiador, desde su mesura, elegancia y desde la comprensión propias de un intelectual honrado, seguramente le aclararía que «aberrante» significa equivocado, errado.

Y es que el BOE de estas semanas pasará a la historia. Ese historiador descubrirá una ley que «desbiologizó» a la persona, declaró que no había hombres ni mujeres porque el sexo pasó a ser electivo, que permitía recambiar de sexo a capricho y prohibió a la ciencia contradecirlo. Hallará otra ley que prohibía decirle a la embarazada que está gestando un ser humano, que sólo se le podía informar de los métodos para matarlo y se perseguiría a quien le ofreciese ayuda para salvar esa vida. Y hallará otra ley que preveía la exportación de esas leyes como parte de la estrategia de cooperación internacional de España. En fin, descubrirá que tras deshumanizar a la persona borrando la idea de lo que es, ese legislador trabajaba para humanizar a los animales como titulares de derechos.

Si esos historiadores ejercen el «arte de comprender la historia» de nuestro Derecho se preguntarán, pasmados, cómo en tiempos de grandes avances en todos los órdenes del saber caímos en semejante barbarie jurídica; cómo tras superar los peores totalitarismos que dieron paso a no menos grandes declaraciones de derechos y libertades de la persona, tuvimos leyes que mutaron su sentido para volverlas contra la propia persona que desaparecía como sujeto de derechos y libertades, reducida a producto ideológico, pingüe negocio o mercadería que alguno sacrificó para asegurarse el poder.

Si llevados del buen hacer intelectual intentan comprender nuestro momento histórico quizás comprobarán que, a base de relativismo e inmanencia, privamos al Derecho de sus fundamentos y acabó en mero capricho del poder, no su límite; que pese a superar a nazis, comunistas y fascistas caímos en otro totalitarismo más sutil, un individualismo radical en el que cada uno acabó siendo esclavo y tirano a la vez. Comprobarán que hubo una revolución sexual en los 60 y un mayo del 68 que banalizaron el sexo y que en España florecían unas aberraciones que ya eran planetarias. Verán tiempos en los que la razón, el amor, se sustituyeron por pasiones, sentimientos y caprichos; libertad por arbitrio. Que Occidente quería suicidarse: al fin y al cabo, también declaramos que suicidarse era otro derecho, de lo que se informaba en algunos geriátricos.

Quizás esos historiadores tengan la suerte de comprobar que tras tiempos de neobarbarie hubo enmienda. Se volvió a hablar del sexo, de la realidad biológica de la persona, de la vida y se redescubrió una institución humana –la familia– que responde a una imagen maestra, natural, no a un diseño ideológico; que tras idolatrar el medioambiente, el legislador descubrió otra ecología que había que salvar, la del ser humano; que se empezó a descubrir la realidad de muchas vidas rotas que necesitaban amparo y reconstrucción, vidas engañadas tras unas siglas que iban engordando al son de trágicos orgullos multicolores. Y quizás, llevados del «arte de comprender la historia», la nuestra, nos compadecerán y tomarán nota para no reincidir.

José Luis Requeroes magistrado.