Escrito en la pared

Asuntos inconclusos

Hemos llegado a tal extremo que, de perdidos al río, ya no creemos en nada

Nada como estas campañas electorales que parecen eternas –y la de ahora, que enlazará sin solución de continuidad con la siguiente, lo es– como para que reverdezcan los asuntos inconclusos para los que el país lleva esperando una solución desde hace muchos años. Los últimos que he anotado en mi cuaderno son los que se refieren al agua y a los jueces. Lo del agua es como lo de Santa Bárbara; o sea, que nos acordamos de ello cuando no llueve aunque truene. Desde Lorenzo Pardo, el ingeniero de Caminos que supo afrontar el asunto con pragmatismo, tenemos planteadas sus soluciones; y ha pasado un siglo sin que estas hayan culminado. Otro siglo pasará, al parecer, si la política hidráulica –como le gusta a nuestro actual gobierno– consiste en hablar de Doñana mientras se va desmantelando lo ya construido. Mientras tanto, sólo quedan las rogativas, ¡qué le vamos a hacer!

Claro que lo de los jueces es casi peor, porque una justicia tardía y lenta deja siempre el amargor del desafuero. «Tengas pleitos y los ganes», dice el proverbio, expresando la desconfianza ancestral de los españoles con respecto al aparato judicial. Según el Instituto Cervantes, está en desuso, tal vez porque hemos llegado a tal extremo que, de perdidos al río, ya no creemos en nada. Ahora, los ilustres magistrados dicen que se van a poner en huelga, recordando sus emolumentos cercenados por la inflación –como los de todos, digo yo–, su insuficiente plantilla –11,5 jueces por cada cien mil habitantes, la mitad que en Europa–, sus decrépitas instalaciones –como las de tantos servicios públicos– y su sobrecarga de trabajo. Todo un abanico de razonables reivindicaciones que llevan décadas en la agenda de un ministerio de Justicia más atento a la parafernalia y a la pompa de los grandes eventos judiciales, o al desbarajuste del Consejo General del Poder Judicial, que a concertar con Hacienda los recursos que su urgencia requiere.

Hace muchos años, en su «Laberinto español», Gerald Brenan observó que «en España los reyes y gobiernos legislan, los siglos pasan, pero los problemas fundamentales continúan en el mismo estado». Tal vez algo hayamos cambiado desde entonces, pero queda ese rescoldo de lo inconcluso que, seguramente, no encontrará remedio.