Y volvieron cantando

El «bonoyayo»

Una sucesión de macro parches que garantice el voto de unos cuantos millones de pensionistas en los próximos comicios generales…y después ya se verá.

Dos jubilados pasean por un parque de Moratalaz (Madrid)
Dos jubilados pasean por un parque de Moratalaz (Madrid)David JarLa Razon

Una de las grandes verdades a modo de reflexión sobre la reforma de las pensiones tiene su paternidad en el desaparecido ex primer ministro italiano y «ex» otras cosas Giulio Andreotti, cuando en un ataque de pragmatismo vino a apuntar que, todos los partidos políticos cuentan con excelentes asesores cargados de materia gris, capaces de elaborar la más acertada, efectiva y duradera reforma del sistema de pensiones acorde con la realidad de las cuentas y la situación económica del país, pero por desgracia, lo que no tienen los mismos partidos son esos otros asesores capaces de evitar el padre de todos los descalabros electorales una vez aprobada y llevada a la práctica dicha reforma.

El acuerdo del gobierno consigo mismo para garantizar la actualización permanente de pensiones recurriendo a la costumbre de convertir a la generalidad de contribuyentes en cajeros automáticos tiene mucho que ver con la reflexión de Andreotti, sobre todo porque en lugar de abordarse una reforma del sistema seria y duradera pero con coste electoral, lo que se hace es hilvanar una sucesión de macro parches que garantice el voto de unos cuantos millones de pensionistas en los próximos comicios generales…y después ya se verá.

Pero siendo justos, al Gobierno hay que reconocerle el ataque de sinceridad que Bruselas ha acabado agarrando al vuelo y que pasa por el reconocimiento de que solo se puede mantener la prestación de unas pensiones adecuadas al «IPC» disparado y asimilando además el tsunami de Baby Boom –madre de este cordero que nos ocupa– si se aumenta de manera proporcional, es decir, de todo menos indolora la carga contributiva, cosa que Europa compra gustosamente, primero porque el aumento de la presión fiscal entra en su escala de valores y segundo por su justificada obsesión de que en España con este asunto acabe de una vez por todas haciéndose algo. Ergo, la creación de este puntual «bonoyayo» –porque de eso se trata– no tiene trampa ni cartón, salvo la condición de convertirse a medio plazo en otra capa más dentro de la superposición de un manto similar al geológico en el que unos cortes entierran a otros dentro de un problema inconcluso desde el jurásico. Y, por cierto, puestos a asumir lo inevitable y más novedoso de la recaudación vía impuestos para paliar el déficit de cotizaciones, permítanme la ingenua pregunta: ¿Cómo casa esto con el cupo vasco y el régimen especial navarro…?