Y volvieron cantando

Una cabeza sin pollo

Hoy prácticamente nadie en el organigrama del aparato socialista se atreve ni siquiera en sueños a contemplar que Sánchez pueda ser un problema para esta formación

Decían de Felipe González destacados cargos socialistas cuando su estrella comenzaba a declinar y se enfilaba un más que irremisible final a casi catorce años en el poder que su figura en el partido –siempre en el contexto de aquella época– venía a resultar más un problema que una solución. Era un PSOE con los filamentos de la crítica interna todavía en perfecto estado de tensión ya saben, en unos tiempos donde los comités federales brindaban todo el interés de las intervenciones contrarias a la estrategia de la dirección y relegando a cualquier mano alzada dispuesta a ejercer de palmera. Hoy prácticamente nadie en el organigrama del aparato socialista se atreve ni siquiera en sueños a contemplar que Sánchez pueda ser un problema para esta formación, mientras permanezca en la Moncloa ahora convertida en extensión logística de la estrategia de Ferraz. Pero que nadie en el seno interno de la dirección del PSOE salga a decirlo no significa que no se esté experimentando el vértigo acentuado con las elecciones gallegas ante lo que pudiera resultar un «día después» de la pérdida del gobierno nacional con un partido arrumbado a la más anémica expresión en décadas de democracia. La tesitura de muchos dirigentes y cargos orgánicos en la formación liderada por Sánchez es que, aun subidos a la grupa del actual presidente del Gobierno, no pueden bajarse de ella por mucho que aumente la velocidad en una cuesta abajo plagada de curvas, sencillamente porque cualquiera sabe que salir disparado de un autobús sin frenos conlleva muchas papeletas de acabar partiéndose la crisma.

La paradoja no es tanto que el PSOE sea lo que se conoce como un pollo sin cabeza, sino más bien todo lo contrario, una cabeza que corre pero bajo la que ya no se ve al pollo o si prefieren, como me apuntaba un dirigente socialista sin responsabilidades de gobierno, son cada vez más los que se contemplan con el temor de los sacerdotes del faraón egipcio, cuyo destino estaba tan ligado al monarca que irremisiblemente pasaba por acompañar a su cadáver para ser sellados junto a él entre las piedras de la gran pirámide. La realidad tal vez sea aún más dura para quienes en otro tiempo salían jubilosos a pegar los carteles del artista José Ramón Sánchez. Ellos durarán lo que Pedro y éste lo que decidan Junqueras, Otegui o Puigdemont.