Fernando Vilches

Adiós a la vida

La Razón
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En los últimos años, se han ido marchando de este mundo personas muy queridas para mí y que, como el personaje de Tosca, amaban profundamente la vida. Comenzó con Ana Inclán y Rosa Jiménez, dos mujeres de gran valía, que estaban en lo mejor de su vida. Siguió mi entrañable amigo (y mi primer jefe laboral) Carlos Argos, que se dejó la piel durante la Transición porque la derecha española se democratizara e impidiera que se fraguara en España un partido de extrema derecha al modo de Francia.

Luego, fue mi padre adoptivo, Francisco Martínez, un hombre clave en el triunfo de UCD y que se dejó también la piel porque España funcionara como cualquier democracia europea de nuestro entorno. Ahora, el domingo 21, se nos ha ido una amigo, más, un hermano, en la tierra de María, en Sevilla, tras pasar por la vida –muy corta a mi juicio– dejando una huella imborrable y un hueco imposible de llenar: Juan Manuel Moreno Ochoa. Cuando tenía yo doce años, aparecí con su hermano José Miguel en su casa, porque mis padres vivían en Zaragoza, y yo estaba interno en Madrid. Aquella familia de siete hijos no tuvo reparo alguno en adoptarme para paliar la soledad de los fines de semana. Menchu y Pepe fueron para mí unos excelentes padres putativos y me trataron siempre como uno más.

De los hermanos varones, Juan Manuel era el más inteligente y esto lo aderezaba con una bondad singular. Era dos años menor que nosotros. Tras licenciarse, aprobó una oposición al Estado y, cuando nacieron las Comunidades Autónomas, se unió a los inicios de la andaluza, en la que hizo toda su carrera hasta llegar a lo más alto que un funcionario puede alcanzar honradamente por su valía. Y se dejó la piel... y me temo que también la vida. El único consuelo que nos queda es su herencia: una mujer de una catadura moral y profesional altísimas y dos hijas extraordinarias en todos los órdenes. Descanse en paz.