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La Razón
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Hace 102 días, un facineroso llegado como emigrante y que habitaba entre nosotros aprovechando sin remilgos nuestra Seguridad Social, bajaba a toda velocidad al volante de una furgoneta por La Rambla de Barcelona gritando «¡Alá es grande!» y asesinaba a 15 inocentes. Han transcurrido poco más de tres meses desde los atentados islamistas de Cataluña, pero parecen haber pasado tres décadas y si este viernes, en un certamen de miseria y estupidez, el Ayuntamiento de «Nada» Colau no hubiera aprobado una declaración culpando al Gobierno Rajoy de la carnicería, probablemente ni la opinión pública ni los medios de comunicación se hubieran acordado de la tragedia. Sobre la indignidad de esa iniciativa, impulsada por el PDeCAT de los consejeros que durante horas creyeron que los cientos de bombonas de butano acumulados por los magrebíes del comando criminal eran para calentarse en invierno y que salió adelante con los votos de los rufianes de ERC y la abstención de los socialistas del PSC, los zarrapastrosos de la CUP y los cínicos de esa BComú que se negaban a poner bolardos, no hay nada que decir, porque se comenta sola. El camino más corto para convertir un problema en catástrofe es ignorar su existencia. Y en España, como en la mayor parte de la opulenta Europa, ocurre eso con el terrorismo islámico. Debe ser uno de los efectos colaterales de vivir en la abundancia y casi sin incertidumbres, pero tenemos una proclividad suicida a creer que si no hemos hecho nada, no nos atacarán y que los dramas que ensangrientas periódicamente Europa son casos aislados. Este viernes, a la hora en que los musulmanes celebran el rezo más importante de la semana, tuvo lugar en Egipto una masacre espantosa. Que el escenario fuera una mezquita en el inhóspito desierto del Sinaí y que las 235 víctimas sean musulmanes, puede conducir a muchos a dar por supuesto que se trata de un asunto ajeno y lejano. Es un error tan grave como considerar que lo que se dirime en Irak y Siria no nos afecta. Matan allí, porque no pueden hacerlo aquí y descuartizan seguidores de Mahoma, como revientan coptos, esclavizan mujeres yazidíes o ametrallarían europeos si tienen ocasión. No quieren asesinarnos por lo que hacemos, sino por lo que somos y por eso es tan importante no aflojar y, siguiendo los consejos del denostado Putin, ayudarles a bombazo limpio a hacer el viaje al paraíso antes de que tengan ocasión de venirse para acaba a mandarnos a nosotros al infierno.