Restringido

«Allons enfants de la patrie»

La Razón
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Siempre me han dado envidia. Hasta ganaban el Campeonato del Mundo de fútbol.

Y lo hacían con jugadores de origen africano, antillano y hasta asiático, pero todos franceses, que se enlazaban por los hombros antes de iniciar el encuentro y cantaban La Marsellesa, sin fallar una nota o extraviar una estrofa. Todavía recuerdo una tarde en el Parque de los Príncipes, en la fase final de un torneo mundial de rugby, al público puesto en pie, entonando al unísono eso de «Allons enfants de la patrie... Le jour de gloire est arrivé!» y percibir cómo el himno electrizaba a los jugadores y les hacía intentar lo imposible, contra los gigantones neozelandeses.

En esa y en otras ocasiones, transido por la emoción y los celos, se me pasaba siempre por alto el estribillo. Ese que dice: «¿No oís bramar por las campiñas a esos feroces soldados? Pues vienen a degollar a nuestros hijos y a nuestras esposas. ¡A las armas, ciudadanos! ¡Formad vuestros batallones! Marchemos, marchemos, que una sangre impura empape nuestros surcos». Pues les ha llegado el momento de marchar. Esa Francia, donde el todo siempre ha sido más importante que las partes, la de la bandera tricolor que todos respetan, la del 14 de Julio y la alegría de vivir, se enfrenta a la hora de la verdad.

Y lo está haciendo con grandeza. No se han arrugado en el momento de la verdad, ni puesto el acento en lo que les separa, sino en lo que les une y sobre todo en el enemigo común. El mensaje de Hollande desde los Inválidos no deja resquicio a la duda: «Francia no busca contener al Estado Islámico sino de destruirlo». Y coherente con lo que se propone, ha pedido a los diputados de todos los colores que prologuen tres meses el estado de emergencia, se apresten a endurecer la leyes y le respalden a la hora de urdir una gran coalición internacional contra el terrorismo yihadista, para lo cual ya cuenta con Rusia. Aquí, una respuesta como la de Francia sería imposible. No sólo porque nuestro presupuesto de Defensa sea nueve veces más pequeño que el de los franceses.

El drama, lo que de verdad nos impediría reaccionar con la grandeza de los galos, es que volverían a surgir como hongos los que con la excusa de la paz y la boca llena de palabras como «diálogo» y «comprensión», echarían a otros españoles la culpa de la tragedia y se olvidarían de los asesinos.