Irene Villa

Ángela

He conocido casos extremos, tanto causados por el odio de los fanáticos –como psicóloga jamás olvidaré las terroríficas secuelas de aquel terrible 11 de marzo de 2004– como por enfermedad, accidente o negligencia. Hace pocas semanas aparecieron esos sentimientos que estrangulan las vísceras desatando el dolor, por injusto y antinatural. Ángela se preparó para un día muy especial, el que iba a conocer al bebé que llevaba en su vientre durante más de ocho meses, con el que hablaba cada día, fruto de un amor puro. Siguió todos los cuidados, mantuvo su excelente forma física y, aunque quedaban unos días para que el embarazo llegara a término, le aconsejaron provocar su nacimiento. Pudo abrazar el mayor regalo de la vida junto a su marido, verle la carita, pero una complicación la apartó de los dos amores de su vida. Pasaban las horas y era la propia Ángela quien tranquilizaba a su familia: «están deteniendo la hemorragia». Hasta que dejó de escribir y el traslado a otro hospital fue quizá demasiado tarde. La esperanza de salvar su vida se desvanecía, y su familia, más unida que nunca, pudo sentir la solidaridad de quienes tuvieron que dar la trágica noticia. Ángela se fue, rodeada de amor, el mismo que regalaba a quienes tuvieron la suerte de conocerla, para convertirse en el ángel de su retoño y cuidar desde el cielo a los suyos. Difícil contener unas lágrimas que no sanarán el alma de la hermosa familia que dejo Ángela. Lo que sí conseguirá devolverles la ilusión es ese pequeño ser en el que ella sigue viviendo.