Historia

Alfonso Ussía

¡Ay, las ligas!

La Razón
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Lo tengo grabado desde la infancia. Una mujer en la calle de Goya. Paseaba de la mano de mi madre. Paseaba yo, no la mujer. De improviso, la mujer detuvo su paso, y con mucha exageración en el tono de su voz gritó a los cuatro vientos: –¡Ay, las ligas, se me han olvidado!–. Tenía previsto adquirir en una mercería unas ligas para sostener la turgencia superficial de sus medias, y se le había olvidado proceder a la adquisición. En vista de ello, dio la vuelta y cubrió por la misma acera el espacio que le separaba de la mercería para comprar las ligas de marras. Sucedió en pleno franquismo. El Gobierno presidido por el General Franco permitía y autorizaba de buen grado que los viandantes subieran y bajaran por la misma acera a su gusto, capricho y albedrío. La gente se saludaba, como escribió Tono. –Hombre, don Jerónimo, qué cambiado le veo a usted!–; –es que no me llamo don Jerónimo–; –pues más a mi favor–.

En la actualidad, las ligas han pasado de moda. Pero figuremos la misma escena en la calle de Preciados de Madrid en un día como hoy, que ha amanecido frío y soleado. Escribía Fernando Aramburu, días atrás, de la belleza del azul intenso del cielo de Madrid, su mar inalcanzable. La alcaldesa comunista Carmena, ha impuesto a los madrileños y visitantes en determinadas calles comerciales de la capital, la obligación unidireccional. Se ha situado entre Stalin y Kim-Jong-Un. De tal guisa, que si una mujer pasa de largo por una mercería o lencería y se apercibe a los pocos metros de la tienda superada de una compra olvidada no está autorizada a actuar como la de las ligas de mi infancia. –¡Ay, el tanga, que se me ha olvidado!–. Se detiene, da la vuelta, y cuando inicia su retorno, un guardia municipal bloquea su paso. –Lo siento, señorita, pero no puede volver hacia atrás–; –es ahí mismo, señor agente, he pasado de largo y tengo que entrar en ese comercio–; –podrá hacerlo si da una vuelta completa a la manzana, siguiendo el curso unidireccional de las calles. No vuelva a intentar dar marcha atrás porque me veré obligado a detenerla y llevarla al calabozo municipal–. –Si acato el 155, ¿me lo permitiría?–; –no, señorita, siga en la misma dirección que los borregos, y retome la calle desde el principio. Y sin prisas, que de superar de nuevo el comercio elegido, tendría que dar otra vuelta completa y disciplinada a la manzana. Y sin protestar–.

La alcaldesa comunista, que fue juez sectaria y tenebrosa, ha decidido experimentar la capacidad para la mansedumbre de los madrileños. Por ahora la nota es alta. Pero mucho me temo que en pocos días principiará la revolución de los viandantes navideños. Madrid, por ser Capital, Villa y Corte y Foro histórico de España, es como un perrillo mil leches. El madrileño siempre se ha sentido libre para moverse a su capricho. No obedece a su amo si no le apetece. Y si le obligan a hacerlo, muerde. El espectáculo resulta a todas luces bochornoso, digno de unos renglones de Solshenitzyn. Todos para arriba, todos para abajo. –¡Ay, mi tanga, que se me ha olvidado!–. Vuelta completa a la manzana.

«Madrid es la ciudad más libre del mundo», según palabras del que fuera su Alcalde, Enrique Tierno Galván, que era intelectualmente más de izquierdas que la abuelona, pero de tonto no tenía un pelo. Ni de ridículo. Escribía unos Bandos deliciosos y su cinismo alcanzaba cotas insuperables. Despreciaba a los socialistas ignorantes y radicalizados en la memez. Hoy, lideraría un movimiento ciudadano contra las medidas estalinistas de esta pobre mujer, bueno, no tan pobre, según ha quedado demostrado. Madrid no es ciudad de mosaicos y sometimientos. Entre la liga de mi infancia y el tanga de hoy, me quedo con la liga. Dio la vuelta y la compró. No le obligaron a dar la vuelta a la manzana. Libertad contra represión. Como diría don Enrique «es menester recuperar el libre movimiento de las buenas gentes». Stalinona.