Acoso sexual

Cobardes

La Razón
La RazónLa Razón

Las agresiones sexuales, manoseos, incluso violaciones o asesinato –caso Nagor Laffage, asesinada por negarse a tener relaciones sexuales con un hombre–, o el caso de una joven de 19 años agredida en un baño por varios hombres, en 2015, que desató la polémica, son habituales en San Fermín y otras fiestas nacionales. ¿Qué le pasa a la sociedad? Y, especialmente, ¿qué le pasa a cierto tipo psicológico de hombres? Sucede igual que en el fútbol: en aras del anonimato y la protección del grupo –el contrafóbico se refugia en un grupo donde el fanatismo se desata y se «usa» a alguien como víctima: véase el caso del Kukux Klan–, usan el alcohol y la fiesta como excusa y patente de corso para dar rienda suelta al «lado oscuro», uno que no se atreven a mostrar –¿o quizá sí?–, en su vida cotidiana donde les pueden señalar y avergonzar. Evidentemente, el psicópata puede mezclarse entre esos «normales» que, envalentonados por el alcohol, muestran lo que anida por debajo de la superficie: alguien sin escrúpulos contenido por la norma social, que en verdad piensa como piensa de las mujeres. Por eso aprovecha la «ocasión», para darle su sitio, o sea, usarla, humillarla. Manosear a una mujer es denigrarla, rebajarla al rango de «objeto», inferiorizarla; una forma sutil de violación psicoemocional.

El machismo está más extendido de lo que parece, basta que se dé la situación propicia para que aflore. ¿Qué otra explicación cabe si no? Esa tipología de hombre, cuya madurez emocional es inferior a la de una piedra, se siente inferior y, por consiguiente, amenazado por la mujer. En verdad, la lección de respeto y dignificación de la mujer empieza en casa, continúa en la escuela, la oficina, la calle... El día en que insultos, faltas de respeto, burlas... a una mujer provoque que los presentes afeen la conducta del «cobarde» y/o ninguna mujer permita que se propasen ni un «hilo» con ella, ese día los cobardes serán especie en vía de extinción.