Irene Villa

¿Condenados a repetir?

La Razón
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A todos nos escandalizan y nos conmueven los asesinatos intrafamiliares. La cruda afirmación: del amor al odio no hay más que un paso, desencadena verdaderos dramas y macabras escenas que acaban con el regalo más preciado: la vida. Además, en muchos casos quedan unas víctimas de las que apenas se habla, o que han sido consideradas colaterales, pero que son directas y que por fin hoy son protagonistas: los huérfanos de una madre asesinada y un padre condenado, o viceversa en menor medida. El pacto ha sido global, unánime e histórico. Todos los partidos se han puesto de acuerdo para combatir la violencia contra la mujer después de escuchar escalofriantes pero también esclarecedores testimonios de diferentes mujeres. Por fin los huérfanos de la llamada «violencia de género» recibirán una pensión de forma inmediata. Necesitan atención y cuidado y afortunadamente ciertos estamentos se han encargado de conseguir, por ejemplo, un fondo de becas para huérfanos de violencia contra la mujer. Además al fin las víctimas de malos tratos (que afortunadamente sobreviven) podrán recibir el subsidio de desempleo durante seis meses (se podrá ampliar en determinados casos). También por fin no significará atenuante para la condena del asesino el hecho de confesar, y se impedirá la custodia compartida. Es vital la educación y el tratamiento psicológico, así como invertir en sensibilización, educación e igualdad. Es muy doloroso que en plena democracia, la inseguridad y la violencia estén en los propios hogares. Y el silencio es cómplice. Hemos de romper nosotras mismas las cadenas mentales que nos impiden avanzar hacia nuestra libertad y recuperar la autoestima. Con respecto al descontrol emocional, la ira, el odio, la venganza... recordemos a Aristóteles: «Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo». Y es que los hijos no pueden crecer viendo y/o recibiendo tortazos en vez de abrazos. Porque eso precisamente es lo que dramáticamente estarán condenados a repetir.