José María Marco

Constitución y cambio

La Razón
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El aniversario de la Constitución ha sido puntualmente celebrado con las ceremonias oficiales usuales y las también tradicionales ausencias de presidentes autonómicos. Hay sin embargo algunas grandes novedades. Y no se trata ya de movimientos de rebelión como los que suscitó en su momento la crisis económica y política, o los que hemos vivido en los últimos meses en Cataluña. No. La novedad de este año está en la respuesta de la sociedad a esos mismos desafíos, una vez pasadas las crisis que nutrieron estas respuestas y les dieron una apariencia de verosimilitud.

En cuanto al desafío soberanista, el resultado provisional del fracasado «procés» es la ruptura de la unidad de las fuerzas nacionalistas que lo pusieron en marcha, el frenazo en seco del proceso de construcción nacional y el desprestigio del proyecto nacional catalán para cualquiera que no estuviera previamente convencido. Además, está la reafirmación patriótica y nacional protagonizada por la ciudadanía en todo el país, incluida Cataluña, pero no sólo allí. En cuanto a las fuerzas surgidas de la crisis económica, padecen un descrédito similar. Los partidos alternativos, en particular Podemos, no han aprovechado la oportunidad para consolidarse como fuerza de gobierno nacional, principalmente porque la crisis económica ha sido superada con nota.

Todo esto debe inducirnos al optimismo, incluso si tenemos en cuenta que la otra gran crisis, la de la representación política, no está del todo resuelta. Al revés, la reafirmación patriótica –después de otras tantas décadas de silencio como tiene la Constitución– pone a los dos grandes partidos tradicionales en una tesitura incómoda, enfrentados como están a nuevas demandas de cohesión y sentido: sentido como el que una opinión pública formada y consciente espera de sus gobernantes y cohesión para infundir seguridad a una sociedad tan abierta y pluralista como la nuestra. A diferencia de lo ocurrido en otros países, aquí estas demandas no han suscitado –salvo el populismo de Podemos y el caso de los nacionalistas, ambos fracasados hoy por hoy– partidos ni propuestas extremistas.

Por eso los dos grandes partidos tradicionales deberían estar en condiciones de responder a los nuevos retos y comprender lo que quiere decir Ciudadanos. A ellos les incumbe demostrar que el edificio institucional de la Constitución es capaz de responder a los cambios.