Julián Redondo

Convivencia

La Razón
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Joseph Blatter y Michel Platini dejaron de compartir objetivos cuando al segundo le picó el gusanillo de la escalada. ¿Por qué conformarse con ser presidente de la UEFA si se puede ser el de la FIFA? Los amigos dejaron de serlo, la ambición deterioró las relaciones y, como en Cataluña, Platini planteó a Blatter una DUI (Declaración Unilateral de Independencia). En los términos del conflicto afloró una especie de 3%, que en este caso se traduce en 1.800.000 euros, abonados por el jefe fifo al jefe uefo nueve años después de efectuado el trabajo.

La convivencia en las alturas del fútbol, donde los jerarcas imponen la ley con mano de hierro, no como en otras pirámides donde la gobernabilidad es laxa, se hizo insoportable al chocar no ya dos pensamientos antagónicos, como en algunos hogares catalanes, sino dos ambiciones incompatibles. Y con sus armas –los tribunales (Comité de Ética) que ellos crearon–, terminaron derrotados y tirándose de los pelos.

Blatter reconoció el pago a Platini, eludió responsabilidades y, cual Pujol, evitó explicarlo aludiendo a un supuesto «pacto entre caballeros»... que una semana más tarde es arma arrojadiza. La transacción ahora forma parte de una acusación, «Platini lo ideó todo», espeta el suizo, con lo que uno de los dos o ambos han dejado de ser caballeros. Platini quería el cetro de la FIFA para abrir las ventanas y regenerarla, le olía a podrido. Su ideario no deja de ser una declaración hostil, a la que ha contestado su también inhabilitado enemigo con la apertura de la caja de Pandora. «¡Es la guerra, más madera!», y la convivencia se va a la mierda, como ocurre por ahí.