Enrique López

Cuento de año nuevo

El día 2 de enero de este año que agoniza tuve la oportunidad de publicar un artículo en esta misma tribuna titulado «Res Corrupta», en el que hacía una serie de reflexiones sobre la corrupción. Comenzamos el año 2013, y con él se inicia una época que, aunque se nos antoja muy dura, se abre camino a la esperanza, esperanza en la recuperación económica para superar esta crisis que tanto nos preocupa. Un nuevo año cierra un capítulo de nuestras vidas, también como comunidad, determinando la renovación de valores permanentes y, sobre todo, la toma de impulso para acometer nuevos retos y objetivos. Un objetivo en España debe consistir en erradicar al máximo la corrupción, un fenómeno que nos ha acompañado de forma intolerable durante nuestra andadura democrática. Porque las dictaduras son en sí mismas regímenes corruptos, todas y cada una, por más que algunos sigan olvidándose de Lenin o Stalin o sigan ensoñándose con una Cuba corrupta y decrépita. En aquel artículo citaba a David Hume, cuando nos dice que «el auténtico principio del gobierno constitucional requiere que se suponga que el poder político será utilizado abusivamente para promover los fines particulares de quien lo determina. No porque siempre sea así, sino porque tal es la tendencia natural de las cosas, para defenderse de lo cual están precisamente las instituciones libres». Seguía diciendo en el mismo que esta es la única solución a la natural tendencia del ser humano a la corrupción, que no es más que una consecuencia del egoísmo humano unido a déficits de moral, ética y, sobre todo, de respeto a la Ley. De la fortaleza de las instituciones democráticas, de su independencia y del grado de respeto que a este funcionamiento interno tengan el resto de poderes instituidos o no, dependerá el éxito de la lucha contra la corrupción. La organización internacional Transparencia Internacional publica desde 1995 el Índice de Percepción de la Corrupción que mide, en una escala de cero (percepción de muy corrupto) a diez (percepción de ausencia de corrupción), los niveles de percepción de corrupción en el sector público en un país determinado. La organización define la corrupción como «el abuso del poder encomendado para beneficio personal». España ocupa el puesto treinta de casi 180 países, evaluada con un 6,1. Ha empeorado nuestro porcentaje en los últimos diez años más de un punto. Muchos son los responsables políticos y, en menor medida funcionarios, los que se han visto envueltos en investigaciones policiales y judiciales, y algunos han terminado condenados. Pero lo que me gustaría destacar es que tenemos un gran margen de mejora y deberíamos situarnos entre los diez primeros países en esta escala. Por fortuna, no estamos más abajo porque en España contamos con honestos funcionarios en una inmensa mayoría. El cambio cualitativo se produce cuando te para un agente de tráfico y te pide dinero. Por ejemplo, en España y muy al contrario, si un ciudadano le ofrece dinero a un guardia civil de tráfico, éste lo detiene. En términos generales, hay una gran honestidad y honradez que se percibe en la actuación judicial, en la actuación inspectora (fiscal, trabajo, etc.), función interventora, cuerpos de gestión, cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, etc. Precisamente, ha sido la actuación funcionarial en muchos casos –secretarios de ayuntamientos, interventores etc.– la que ha impedido un mayor grado de corrupción. La corrupción hay que combatirla desde cualquiera de sus expresiones, puesto que cualquier tipo de corrupción supone una contradicción entre valores y comportamientos. Por ello, hay que combatirla tanto en el ámbito penal, cuando aquel acto corrupto supone una contradicción con la norma penal, como en el ámbito de las prácticas corruptas, que, sin llegar a constituir un delito, suponen una auténtica trasgresión del normal discurrir de las cosas. Pero es obvio que la corrupción que más preocupa, y que más daño hace, es la del responsable político que abusa de su cargo, que es injusto, que en suma se corrompe, se apropia de fondos públicos y los usa en beneficio propio. Por lo general, invirtiendo estos fondos en el extranjero para blanquear lo obtenido. Tener dinero oculto en el extranjero ya es grave, pero además, cuando se ha obtenido mediante el ejercicio de la corrupción, es intolerable. Esta corrupción debe ser perseguida de forma implacable y con mayores penas, generando un gran desprestigio personal y social del depravado. En España la corrupción todavía sigue pasando muy poca factura. Tenemos que generar una cultura de tolerancia cero con la misma. Es horrendo oír a desaprensivos responsables académicos, justificando, por ejemplo, copiar en un examen. Termino el año con el tema con el que lo inicia. Espero que España sea un país con menos corrupción. «He podido ver también que en este mundo hay corrupción y maldad donde debiera haber justicia y rectitud». Eclesiastés 3.16.