Rosetta Forner

Cuestión de «huesos»

¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos en la Tierra? ¿A qué debemos nuestra existencia? Dado que el alma no deja huella material alguna, algún rastro debemos seguir si queremos averiguar de qué dimensión provenimos. Si como «homo modernus» llevamos cerca de un millón de años con la «misma cara», y esta suele ser el «espejo del alma», va ser que hemos evolucionado muy poco emocionalmente como especie humana. Los científicos, claros representantes del «Homo» que estudian, suelen ser personas de grandes mentes y egos similares –no todos, obviamente–, por eso se resisten a aceptar una nueva teoría, o nuevo descubrimiento, que suponga una evolución en el conocimiento de la raza humana o, al menos, «un nuevo enfoque». ¿Por qué será que personas tan sesudas se comportan como niños ante las «chuches» («todas para mi»)? Quizá ello se deba a que el reconocimiento escasea. Un científico puede tardar «un millón» –metafóricamente hablando– de años en ver recompensados sus esfuerzos. Es más, ser científico lleva implícito el aspirar a pasar a la historia junto con su «descubrimiento», lo cual es lógico teniendo en cuenta cómo es su trabajo. En la serie «Bones», todo suele ser mucho más «rápido»: como son tan listos, averiguan en un santiamén de quién son los «huesos». Ojalá algún día hallásemos un «dvd» que nos pudiese mostrar, no sólo como era la vida en la Tierra hace un millón de años y más, sino cómo era la convivencia entre los que entonces la poblaban. ¿Serían igual de egoístas? O, ¿serían mejores humanos que nosotros y vivirían en armonía? Si los huesos hablasen, algún científico podría llevarse un disgusto, o puede que al resto se nos cayese la cara... procede, esencialmente, que se acuda al socorro de esas clases medias que ya hace siglos se deslomaban trabajando para compensar lo que el Estado les quitaba. Son la clave de la recuperación. Y no son una reserva inagotable.