Fernando de Haro

Ejemplo Nasarre

A Eugenio Nasarre le quieren convertir en una suerte de chivo expiatorio. Ha sido condenado ya con la pena de Telediario. Y a lo peor no tiene ni el apoyo de los suyos. Pero si algo es este discreto diputado del PP es un ejemplo de cómo hacer política. Con una sobriedad machadiana, lo suyo ha sido siempre vocación por lo público. Hacía política en la Universidad cuando no había libertad en España. Guarda en su corazón y en su memoria buena parte del milagro de la Transición. Él fue parte. Empezó con Ruiz Jiménez, y luego siguió con Suárez. Él estaba allí, mientras la democracia era una aspiración frágil y amenazada. Estaba con Aznar y aportó elementos decisivos al proyecto de regeneración que fraguó el cuarto presidente de la democracia. Y ha seguido con Rajoy indicando una tensión ideal que, por desgracia, muchos de sus compañeros han perdido. Su propuesta a favor de la elección directa de los alcaldes es una buena muestra de su pasión por una democracia cercana a la gente.

La memoria viva de la Transición, de la dolorosa historia española y el recuerdo constante de la reconstrucción de la Europa destruida por la Guerra Mundial han hecho de Eugenio un político de los que quedan pocos. Un político popular. De esos que dedican muchas horas del día a escuchar, a participar en la vida social. Es un político muy poco o nada partitocrático. Es leal a su formación y por eso ha recibido críticas. No es de los que desprecian el polvo de la historia. Su fe cristiana le da un realismo nada moralista, nada cínico. No es hombre de gabinete ni asesores. Sus cosas se las lee él y se las escribe de puño y letra. Busca y escucha a la gente, cena, come y desayuna con quien tiene algo que aportar a la vida pública. Eugenio es un maestro en esa forma de hacer política que necesitamos más que nunca. Sólo un malintencionado fariseísmo, el que practican ciertos puros, puede afirmar que Eugenio es parte del problema y no de la solución.