Luis Alejandre

El crédito y la opinión

«Aquí en fin la cortesía,

el buen trato, la verdad,

la fineza, la lealtad,

el honor, la bizarría;

el crédito y la opinión,

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fama, honor y vida son»

(Calderón de la Barca)

El concepto de crédito tiene varias significaciones en el mundo comercial y en el de la enseñanza. Pero en el sentido en que lo cita Calderón, se refiere claramente a la percepción de confianza. Igual pasa con el de opinión, muy asociado hoy al mundo de la comunicación, de las encuestas, al sentir de una sociedad. Aquí se asocia al de fama, muy relacionado también con la misma confianza.

En lenguaje de la calle, podríamos llamar a la suma de los dos conceptos, hidalguía, palabra dada, honor. Nuestros abuelos tenían claro el concepto: cerraban acuerdos mirándose a los ojos, dándose la mano. Mano sin armas, sin guantes, recia al tacto. Suficiente.

No se dónde leí, refiriéndose al prestigio del Dr. Gregorio Marañón, que una simple aspirina recetada por él tenía efectos curativos superiores a los que diagnosticase cualquier otro médico sin su fama.

Entre los ejércitos, ciertas unidades con amplio historial han sido históricamente más resolutivas en operaciones que otras sin la misma hoja de servicios.

Sin ir tan lejos, no resisto a referirme a sucesos recientes. Creo que si quien hubiese multado en una céntrica calle madrileña a una conocida política hubiese sido una pareja de la Guardia Civil, no hubiera opuesto la resistencia que esgrimió ante unos Agentes de Movilidad. Y quizás ciertas detenciones que se han producido en Cataluña, que han precisado de seis o siete Mossos y han acabado mal, las hubieran resuelto de otra forma. La Guardia Civil conlleva el «crédito y la opinión» que le viene de años de servicio, de una rígida disciplina interna, de un constatado espíritu de servicio y sacrificio y de un concepto claro del honor.

En el mundo de la comunicación, se producen los mismos distingos. Hay quien sistemáticamente arrima el ascua a su sardina, hay quien pelea sin descanso por unos ideales, hay quien hace de la profesión, servicio a los demás. Una viñeta de Mingote pudo significar en algún momento mucho mas que un editorial. Tenía crédito; tenía opinión.

Más difícil es distinguirlo entre la clase política, donde por supuesto hay gentes honestas y sensatas, gentes sacrificadas con vocación de servicio. Pero también los hay que sistemáticamente mienten «de oficio». Incluso entre la diplomacia se admite la mentira como instrumento legítimo. Pondré un ejemplo que me impactó en su momento. Ya han pasado muchos años para no herir susceptibilidades. Andábamos a comienzos de 1990 desarmando a la «contra» nicaragüense, que como recuerdan luchaba , con enorme apoyo de los EE UU contra el régimen sandinista en nuestra hermana Nicaragua. Unas elecciones libres habían cambiado el escenario con la victoria de una excepcional Violeta Chamorro y por un acuerdo firmado en Esquipulas, todos los presidentes centroamericanos se comprometían a «no alimentar en casa la guerra de su vecino». Pues bien, el ministro de Asuntos Exteriores de la vecina Honduras, juraba en la sede de Naciones Unidas en Nueva York que su país no albergaba «contras», cuando un grupo de observadores de la Organización Internacional constatábamos en plena Moskitia, no sólo que existía una base en la Kiatara, sino que seguía recibiendo apoyos norteamericanos. Es decir, mentía a sabiendas, como parte de su función como canciller.

Si nos ceñimos al mundo de la enseñanza, criticado recientemente en un nuevo informe PISA, no pocas voces sensatas apelan a la «reeducación» de muchos profesores. Me entienden. El profesor no puede ser ni colega ni compinche; debe cuidar su imagen incluso sus gestos, porque enseña tanto con el ejemplo como con su preparación. Señala con razón José Antonio Marina que deberíamos formar a los docentes para que aprendan las habilidades didácticas óptimas, premiando a los buenos , convirtiéndolos en modelos, en instructores y a la vez disuadir a los malos. En resumen recomponer su crédito y su prestigio como base para la recuperación. Pero me queda la duda de saber si los evaluadores tienen la posibilidad de verificar si enseñamos también a los jóvenes a no mentir, a mantener la palabra dada, a dar incluso más valor a las actitudes que a las aptitudes.

Todo es necesario para recomponer nuestra sociedad surgida en momentos de consenso y de sacrificio, sometida a una dura prueba por una grave crisis económica, llamada no solo a un relevo generacional, sino a un cambio de modelo de vida. Y la única forma de construir el nuevo edificio social es trabajando desde los cimientos con valores que aseguren la firmeza de los forjados, la rectitud de las líneas, los equilibrios compensados en las plantas horizontales.

No es más que recomponer el crédito y la opinión, de los que ya nos hablaba un soldado viejo, llamado Calderón de la Barca.