Oviedo

El discurso del rey

La Razón
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Los premios Princesa de Asturias no serán este año tan solo un pago a veces estéril aunque necesario a la cultura y las artes por intentar que el mundo cambie. Las letras que hoy permiten un cambio en la rotación de la Tierra no se concentran en los libros sino en apenas 140 caracteres. La cultura tal y como la conocíamos ha sido derrotada en una trinchera cutre y hedionda donde cagan los bárbaros palabras inventadas a su antojo o le dan un nuevo significado. Diálogo es un ejemplo. Cualquier provocación torna en incendio. Cuando Zagajewski, un antídoto contra la posmodernidad y el pensamiento líquido, dice en Oviedo que el nacionalismo es uno de los mayores desastres del siglo XX apenas si encuentra un eco que le devuelve la nada. A los que ya lo sabían les alivia el dolor de cabeza como un paracetamol poético. Pero a los que deben tomar nota les resbala la autoridad moral de los intelectuales porque han hecho de la emoción su única razón y no atienden más que a sus vísceras en un amago de suicidio opíparo, tan llenas tienen las barrigas y las cuentas corrientes. Cualquier pelagatos consigue mayor audiencia pronunciando tres patochadas que no caben en una subordinada. El nihilismo de las velas se cuenta como una demostración de civismo en vez de como una parada de los monstruos totalitarios disfrazados para una noche de Halloween, tan cercana ya que las brujas de Puigdemont tienen a punto el aquelarre.

En Oviedo hoy se impondrá la sensatez por unas horas. El polaco Zagajewski confluirá con los líderes de la Unión Europea, de Tajani a Juncker, que vendrán a decir los mismo con el lenguaje más prosaico de los burócratas. Asturias será la capital de una Europa renqueante y difuminada pero que aspira a ser un salvoconducto de futuro y un cortafuegos de las tragedias que ha sufrido el continente. El Rey encontrará respaldo a sus palabras que caerán como bálsamo sobre las heridas de los españoles aunque por sí solas no logre cerrarlas.

Los Premios no serán tampoco la fiesta de los que se miran de reojo para ver quién se sienta en el teatro Campoamor, qué lugar les ha reservado el protocolo, qué vestido ha elegido la Reina, sino un cónclave político y filosófico que reivindicará la unidad y la ley, no la del más fuerte, sino la ley a secas. Será la llamada de la civilización frente al sinsentido de los chulos de despacho y coche oficial, de los iluminados por la ceguera. La cultura se ha manifestado con sus armas que poco tienen que hacer ante un ejército de marrulleros que sigue engañando a sus seguidores con el nirvana y el «dientes, dientes» de la Pantoja.