
Alfonso Merlos
El dolor y el caos
El desconcierto, las prisas, la improvisación, la chapuza sobrevenida, la ocurrencia fatal y, en definitiva, la desprotección y el desastre. Claro que sí. La tragedia del Madrid Arena pudo ser evitada. Y claro que sí. No sólo era evitable una quinta muerte, sino una primera, una segunda, una tercera y una cuarta.
En absoluto puede causar asombro que fallasen los servicios de emergencia porque estamos ante la constatación de una avalancha de errores, de una montaña de acciones e inacciones que propiciaron el ruido, la desesperación y la muerte. La apenas inaugurada comisión de investigación está dejando nítidamente al descubierto las consecuencias calamitosas que derivan de la falta de planificación, ejecución y control racional de un espectáculo en el que lo de menos es que fuesen a concurrir siete mil jóvenes, o nueve mil, o trece mil.
Lo de más era que -no sólo las autoridades y el organizador- los propios servicios de emergencia que ahora ponen el grito en el cielo, de oficio, motu propio, debieron alertar de que ante un evento de estas extraordinarias características era necesaria una dotación médica y sanitaria mayor. Su presencia y actuación anticipatoria era ineludible. Por todo lo que todos sabemos: el coma etílico en cada esquina, la ingesta de droga en algún rincón y los problemas definitivos que terminan clavándose como un cuchillo en ese espacio de terreno, sagrado y delicadísimo, que separa la vida de la muerte.
Quizá debamos pensar ahora que el caos es un orden sin descifrar, que tiene su sentido y su lógica, incluso cuando es endiablada o maldita. O quizá no. Y debamos buscar que paguen por lo que han provocado -el entierro prematuro de cinco vidas- los promotores del desorden, la confusión y la asfixia.
✕
Accede a tu cuenta para comentar