M. Hernández Sánchez-Barba

El Federalista

Durante los años de la lucha por la independencia y hasta 1787, en que fue aprobada la Constitución, los estadounidenses estuvieron hondamente ocupados en el ordenamiento de su sociedad política. Entre 1776 y 1787 los temas no eran de condición baladí: guerra contra Inglaterra, formulación de líneas diplomáticas de ayuda militar y económica, orientación de las ideas y formas de la Confederación y posibilidades federalistas creadas, dirigidas y propagadas por Alexander Hamilton (1757-1804), James Madison (1751-1836) y, en menor medida e intensidad, John Jay (1745-1829). Éste es el panorama de la Revolución norteamericana, que no tuvo los caracteres catastróficos que, con posterioridad, alcanzó la Revolución francesa de 1789 o la rusa de 1917. No fue dirigida por fanáticos como Robespierre, Lenin o Mao-Tse-Tung, sino por caballeros conservadores sin problemas económicos. Los hombres que condujeron intelectualmente el pensamiento revolucionario no fueron devorados por los excesos de la misma revolución, sino que siguieron controlando su creación política y buscando lo mejor para la forma de gobierno que la sociedad necesitaba, muriendo en el honor del servicio a la sociedad, con muchos años, y en la plenitud de la gloria nacional. La revolución conservadora fue una guerra de independencia que puso fin al gobierno británico, rompiendo la conexión imperial y que creó una nueva nación basada en un pensamiento político, diferente del europeo, pero de la escuela cristiana occidental.

El problema radicó en el ámbito propiamente político, pues cuando los gobernadores del rey se marcharon, los congresos provinciales tomaron el poder y, obedeciendo la recomendación del Congreso Continental, establecieron nuevos gobiernos «bajo la autoridad del pueblo», de modo que entre 1776 y1780 todos los Estados, menos Rhode Island y Connecticut, adoptaron nuevas constituciones, puestas en vigor por los poderes legislativos, sin autorización específica del electorado. Esto creó una serie de dificultades, de desigualdades de deberes y derechos, lo cual disminuía de modo considerable el espíritu nacional; además, la falta de unidad en los planteamientos creaba una serie de amenazas de desintegración y caos. Este movimiento nacional inspiró a un pequeño grupo de dirigentes políticos, un selecto grupo de líderes como Alexander Hamilton, Robert Norris, John Jay, George Washington y James Madison, que seguían la idea de Hamilton, según la cual había «algo despreciable en un número de estados insignificantes, sólo con apariencias de unidad, discrepantes, celosos y perversos, débiles a los ojos de otras naciones». Afirmaban que sólo la creación de un gobierno central fuerte podía asegurar la independencia y aumentar la prosperidad y el prestigio de la nación.

La idea creó una reacción psíquica colectiva que caracteriza la formación de una «mentalidad». En septiembre de 1787, afectó a cinco Estados reunidos en Annapolis (Maryland), que propusieron la convocatoria de una convención de todos los Estados en Filadelfia, «para idear otras provisiones que les parezca necesarias para la constitución del gobierno federal a las exigencias de la Unión». La Convención Federal se reunió del 25 de mayo al 17 de septiembre, asistiendo un total de cincuenta y cinco delegados. Se tomaron dos decisiones importantes: mantener secretas las deliberaciones para evitar presiones externas y propiciar discusiones francas, aunque sólo tenían autoridad para revisar los artículos de la Confederación y redactar una constitución completamente nueva. La dificultad radicó en la ratificación de la Constitución federal por Virginia –el Estado de mayor población con equilibrio de fuerzas; finalmente la votó por 89 votos frente a 79– y sobre todo Nueva York, donde se pensaba que el antifederalismo era mayoritario.

Es entonces cuando Hamilton, Madison y Jay, usando el seudónimo colectivo de «Publius», escribieron una serie de ochenta y cinco artículos para la prensa explicando la Constitución. Se sabe, por la documentada investigación de Douglass Adair, que Hamilton escribió cincuenta y uno de dichos artículos, Madison, veintinueve y Jay, cinco. Estos ensayos, publicados después como «Federalist Papers», se convirtieron en un clásico del pensamiento político estadounidense. El 25 de julio de 1788 la Convención de Nueva York aprobó la ratificación por estrecho margen de treinta a veintisiete votos.

El gobierno federal daba unidad a la nación y fuerza a la Constitución de 1787. Las elecciones de 1789 consagraron a los federalistas el control del nuevo Gobierno y hubo mayorías federalistas tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes. George Washington fue elegido presidente de una nación con una forma de gobierno experimental. La opinión pública pudo adquirir, a través del «Federalista», dirigido al electorado más general, una idea muy exacta, como escrito propagandístico. También era una seria obra de pensamiento político dirigido a personas reflexivas, para dar validez duradera a sus argumentos. El «Federalista» constituye una valoración de la calidad de la Constitución y sugiere los fundamentos en que debía basarse su aceptación.