Luis Alejandre

El General Eiroa y los principios

El General Eiroa y los principios
El General Eiroa y los principioslarazon

«Yo cuando era joven, quería ser igual que Paul Newman, pero ahora ya no quiero, porque él está muerto». «¿Algún ingenuo piensa que el tripulante de una patera se cambiaría por mi? Ni borracho. Le gustaría tener mi DNI y mi discreta –aunque para el cuantiosa– pensión de jubilado, pero no cambiaria ni sus dieciocho años por los míos, ni su piel tersa por la mía marchita, ni su impulso juvenil por mi nostalgia de tiempos mejores».

«Alguien pensaba que tras la muerte de Franco, como causante de todos nuestros males, todo serían bienes; los españoles no sólo seríamos justos y benéficos, como proclamaba la Constitución de Cádiz, sino que seríamos también prósperos, sanos, ricos y felices. Y todo ello ¡gratis! Habíamos olvidado que la España que teníamos en 1975 la habían pagado nuestros padres y abuelos, y muy cara por cierto».

Quien así piensa sobre el momento que vivimos –decencia, igualdad, libertad– es el teniente general retirado del Ejército del Aire, Ignacio Martínez Eiroa (1926), una mente privilegiada que a sus 88 años enriquece cada número de la revista «Tierra, Mar y Aire», órgano de la Real Hermandad de Veteranos de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil.

Salvo quienes hemos tenido la suerte de conocerle en activo, pocos lectores pueden imaginar que quien reflexiona sobre nuestra España sea un próximo nonagenario. Tal es su lucidez, el conocimiento de nuestra historia, su prosa directa y concisa no exenta de crítica sorna. Uno de sus últimos artículos «La gran borrachera» ha tenido amplio eco, y no sólo entre las gentes de armas. Más que borrachera –se corrige– «lo que vivimos es una embriaguez» definida por la Real Academia como enajenamiento del ánimo. Así nos encontramos los españoles, insistiendo sobre que no hemos dado valor a lo recibido gratis, sin esfuerzo, y en consecuencia lo hemos dilapidado. «Todo en un país en el que es más peligroso ser jefe de Gobierno que matador de toros». «Hicieron España entregando su vida Prim, Cánovas, Dato, Canalejas, Carrero Blanco y con ellos tantos españoles heroicos; e igualmente aquellas personas de corazón limpio que celebraban los triunfos y lloraban las tragedias, mientras realizaban su tarea diaria anónima y callada. La fiel infantería». «Se propagó la especie de que todos servíamos para todo y así podía ser ministro un personaje que no había cursado ni la enseñanza secundaria; o podíamos oír en boca de otra ministra “que el dinero público no es de nadie”, tras lo cual nos lanzamos a una orgía de apaño y derroche que fue el pasmo de Europa».

«Apañaron más los que más corrían y así otro ministro afirmó que España era el país en el que uno podía hacerse rico en menos tiempo. Luego supimos que lo sabía por experiencia propia». No debería sorprendernos en estos momentos, la lamentable espiral de corrupción que va emergiendo por babor y estribor y que nos avergüenza a todos.

Martinez Eiroa analiza entre otros temas, de dónde viene nuestra crisis energética, dependiente en un 90% del exterior, tras el parón nuclear que cerró la puerta a la España industrial del siglo XXI. Francia conserva 59 centrales contra las 6 nuestras. «Ahora no podemos competir en la producción industrial, salvo bajando los salarios».

Utiliza una frase de Severo Ochoa para recordarnos que «si la Universidad no es selectiva, no es Universidad». Así, de nuestras 79 centros ninguno figura entre los mejores 200 del mundo; en California hay diez, y tres de ellas figuran entre las seis primeras. E intenta llegar al fondo del problema: «mientras a los niños españoles no se les grabe en su cerebro que copiar en los exámenes es punible y que lo que hay que cultivar en ellos es el esfuerzo y la excelencia», no saldremos adelante.

«Café para todos» se convino, cuando lo sabio hubiera sido servir tila, sosegar a los impacientes, calmar las ambiciones y convocar oposiciones para asegurarnos que ningún cargo público estaría ocupado por un analfabeto funcional». De paso nos recuerda que el Estatuto de su Galicia natal contó con el voto de solo un 19% de su censo, de el solo un 11% afirmativo.

Personalmente me descubro ante el general, al que conocí como experimentado piloto y de la máxima confianza de S.M. el Rey Juan Carlos. Con motivo de un alejado Día de las Fuerzas Armadas celebrado en La Coruña, legó a su querida tierra un impresionante libro «Galicia desde el Aire». No puedo resumir todos sus puntos de vista en esta tribuna. Me quedo en dos de sus últimas sentencias: «Yo no diría ¡indignaos! como Hessel; diría ¡despertaos! ; no escuchéis a los demagogos que como dijo Ortega, son los demoledores de la civilización».

«Saldremos adelante cuando recuperemos algo que perdimos en una revuelta del largo camino hacia la democracia: la decencia».

Mi general, ¡gracias!,¡ a tus órdenes!