Rosetta Forner

El instante decisivo

A cualquier persona provocar involuntariamente la muerte de semejante, tiene que suponerle un mazazo difícil de soportar. El conductor del autobús se durmió un instante, y se desencadenó la tragedia. Basta un instante para deslizarnos al otro lado de la vida. Queremos encontrarle sentido a los acontecimientos que nos dejan sabor a hiel en el corazón. ¿Hubiesen evitado los cinturones de seguridad la muerte de esas nueve personas? Quizá sí, quizá no. Sólo el cielo lo sabe. Somos máquinas imperfectas, porque de no serlo, nadie se dormiría al volante. Empero, ¿dónde estaban los ángeles de la guarda de esas personas? ¿Acaso no tenían? O, como creen algunas culturas andinas del Machu Pichu, eran almas que, por alguna razón que sólo ellos conocen, habían acordado irse juntas en grupo –así lo cuenta Shirley MacLaine en su libro «Out of the limb»-. Debido a la necesidad, que tenemos de hallarle alguna explicación a los acontecimientos envueltos en la dureza de la tragedia, elaboramos teorías, imaginamos escenarios donde podría haberse evitado, y sobre todo, buscamos a alguien o a algo a quien cargarle con la responsabilidad de la culpa. Es lo que tiene la muerte, que no gusta a nadie, tanto si es esperada como si nos pilla viviendo nuestras vidas cotidianas. ¿Tenemos un destino marcado? ¿Hubo alguien que ayer se durmiese y perdiese, por ello, el autobús? En casi todas las historias suele haber quien «se libra» por una u otra razón. Desde aquí, les envío ángeles de consuelo, para consolar la inconsolable pérdida de un ser querido, a esas personas que ayer hubiesen preferido no despertar, y a los heridos, cuyas heridas físicas quizá sanen más rápido que las invisibles que tiene ese ser humano que conducía el autobús, cuya conciencia estará envuelta en dolor preguntándose: «¿Por qué tuve que provocar eso?».