Restringido

El nombre de las cosas

La Razón
La RazónLa Razón

Cambiar de nombre a las cosas no modifica su naturaleza. Es una obviedad, pero no se aplica ni en la política ni en el periodismo español. Suelta Pedro Sánchez que va a intentar formar un gobierno «progresista» y ni uno solo de los periodistas que tenía enfrente en Telecinco que le entrevistaba en la Cadena SER o que asistían a su rueda de prensa en Ferraz se le ocurrió levantar el dedo y preguntar tímidamente si se puede considerar de «ideas avanzadas» –que es la acepción que la RAE da al término– a quien ovaciona el asesinato terrorista, alimenta el nacionalismo excluyente o sintoniza con los verdugos. Ahora va a resultar que los facinerosos de Bildu, que votaron en masa a Podemos el pasado 20-D, los antisistema de la CUP o los independentistas de ERC, que patrocinan con fervor la insolidaridad peninsular, son gentes modernas y de actitudes encomiables. No se trata de hacer sangre exponiendo los pecados del PSOE, pero no se puede pasar por alto que no hace ni medio año que los socialistas entregaron a esa gentuza varios de los ayuntamientos de España. En el caso de Sánchez se puede entender la ceguera, porque le obnubila la ilusión de aposentarse una temporadita en La Moncloa. Desde los tiempos de Enrique IV, aquel que se convirtió a toda prisa al catolicismo para poder ser rey de Francia e hizo célebre aquello de «París bien vale una misa», ya sabemos que llegar al poder justifica casi todo. Lo que no se debería pasar por alto, porque estamos a tiempo, es la laxitud con la que buena parte de la Prensa y la mayoría de nuestra dirigencia trata a un tramposo como Pablo Iglesias.

¿No les choca a ustedes que fuera Felipe González el único que criticase durante la pasada campaña electoral que un partido aspirante a gobernar España haya asesorado a un régimen inicuo y dictatorial que ha sumido a Venezuela en la miseria? Con la excepción del ex presidente, nadie en los debates televisivos o en los mítines pidió cuentas a Iglesias y compañía de sus asesorías y chanchullos con los verdugos que tienen sepultados en sórdidas mazmorras a líderes opositores como Leopoldo López. Tampoco tiraron de hemeroteca , quizá porque llevamos un par de años en los que, cada vez que lo haces y citas los tuits xenófobos, el contrato con Irán, los guateques de «herrikotaberna» y otras pendejadas, aparece un «alma de cántaro», te endiña el sermón dialogante y remata con esa memez de que «el pueblo nunca se equivoca».