
Pedro Narváez
El torero no tiene quien le escriba

La apatía nacional empieza a mudar en vergüenza, media España anda acogotada entre el miedo al qué dirán y una desidia en esos asuntos que los radicales han tachado de políticamente incorrectos. Las perreras rebosan de canes sin dueño, maltratados hasta el asco y el delito infame pero el personal se anima a matar al toro bravo cuando no lo convierte en símbolo de esta nueva religión prohibicionista que los considera como las vacas sagradas de la India. Sabina estuvo fino cuando advirtió de que dejaran de tocar los cojones, que parece que si uno defiende la Fiesta es un asesino en serie mientras los ayuntamientos de la censura engordan la demagogia como un cerdo al que no se le pregunta si quiere participar en la matanza de los inocentes. La Historia nos pondrá una banderilla por no evitar el descabello de la libertad a manos de estos fascistas modernos que ejecutan las ideas entre el buen rollo y las mentiras al peso. Dicen que el dinero de los toros lo dedicarán a fines sociales para tener una coartada vil con la que embaucar a los ilusos. La excusa ya es delirio de un mal sueño. Al final no hay pobres para tantos indocumentados que ya quisieran una famélica legión. ¿Dónde están esos intelectuales expertos en el parto de los manifiestos más inverosímiles que asisten a la muerte de la Cultura y el envenenamiento de la población sin que les provoque estreñimiento? Los héroes apenas tienen quién les escriba. Un día los toros fueron reflejo de modernidad castiza y hoy escriben el prólogo de la clandestinidad sin que les indulte la conciencia de un país castrado.
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