Luis Alejandre

El valor de las enseñanzas

Las portadas de los periódicos de ayer y muchos de los titulares de los medios audiovisuales, resaltaban al unísono una frase pronunciada por el Rey Felipe VI en el discurso de la Pascua Militar: «mandar es servir, como me enseñaron algunos oficiales aquí presentes». Me sentí trasladado a mis primeros años de Academias Militares allá por los cincuenta y muchos, en los que se me inculcó el mismo principio. Y me sentí bien cuando nuestro Rey reconoció haber recibido las mismas enseñanzas, tan bien recopiladas y sabiamente escritas en unas Ordenanzas que recopiló y nos dejó un antepasado suyo, el buen Rey Carlos III. Si en España muchos responsables públicos hubiesen hecho del mando, del poder, servicio a la comunidad, a lo mejor no tendríamos los problemas que sufrimos. Pero se ha prostituido el concepto en algunos casos convirtiendo el servicio al bien común en un servicio a intereses propios.

Para no hablar de Fuerzas Armadas, la Iglesia tiene este lema como principio y norte. Basta ver el trabajo abnegado de sus misioneros en Africa en zonas de enfermedad y de miseria.

Se refirió el Rey a sus profesores «algunos aquí presentes». Bien sabía que aquellos oficiales no habían vestido siempre las galas del día de la Pascua Militar. Bien sabía el coste de algunas condecoraciones. Bien sabía de la dificultad de servir en algunos alejados países e incluso en cercanas regiones nuestras. Yo he visto a alguno en un hospital de Managua comido por las amebas y con quince kilos menos; he visto a otro sufriendo ante la avería de un motor de un Hércules en un vuelo entre Manás – allá por el Kirguistán– y Kabul; he visto el dolor en sus rostros al enterrar a siete compañeros del Estado Mayor de la Defensa asesinados por ETA.

Ante las galas del martes en el Palacio de Oriente, me quedo con aquel testimonio de Alfredo de Vigny –«Servidumbre y grandeza militar»– cuando dice: «que sólo entre las filas desdeñadas de aquellos soldados, he hallado a esos hombres de carácter chapado a la antigua, que llevan el sentimiento del deber hasta sus últimas consecuencias, sin sentir remordimientos por la obediencia ni vergüenza por la pobreza, sencillos de costumbres y de palabras, orgullosos de la gloria de su patria e indiferentes a la suya propia, que permanecen con gusto en la oscuridad y saben compartir con el desgraciado, el pan que pagaron con su sangre».

Y cuando tanto el Rey como el ministro Morenés hicieron referencia a los trece teatros de operaciones en los que despliegan hoy Fuerzas Armadas y Guardia Civil, me acordé de aquellos breves versos de Eduardo Marquina:

«donde les llevan van,

Jamás cansados,

ni el bien les asombra

ni el desdén les hiere».

En este sentido respondía hace unos días el Ministro de Defensa a una pregunta de un periodista. ¿Se han hecho bien las cosas en Afganistán y en Irak?. Respondía –en mi opinión– con acierto: «Tenemos que ser especialmente humildes. Cuando entras en una misión entras con un plan, unas estrategias, unas previsiones. Pero la realidad es la que es y tienes que ir adaptando capacidades sin pérdida o renuncia de los objetivos». La eterna diferencia entre lo deseable y lo posible. Los pies en el suelo, cuando ante otra pregunta nos presenta como aliados fiables ante los indiscutibles retos –yihadismo en primer plano– a los que se enfrenta hoy la sociedad internacional: «tenemos tres principios fundamentales: el primero, el cumplimiento de la misión, el segundo el cumplimiento de los acuerdos con los aliados, porque no se pueden romper los acuerdos a mitad de camino unilateralmente; el tercero garantizar siempre la seguridad de nuestra gente». No cabe mejor definición. La segunda hace clara referencia a nuestra salida unilateral de Irak, país al que ahora debemos volver para asegurar su estabilidad.

No sé si nuestra sociedad quiere absorber todo el contenido que el mensaje que la Pascua Militar entraña. No se si confunde las galas y las alfombras de Palacio con la realidad que vivimos. No sé si es consciente del peligro que ahora acecha a Siria e Irak , alimentado por unos fanáticos que salen de entre nosotros. No sé si son conscientes del sacrificio de unos soldados, marineros y guardias civiles, desperdigados por medio mundo. Y el de sus familias que viven día a día con la preocupación de su seguridad y el coste de la separación.

Desde Menorca, la única guarnición que sin ser Capitanía –¡que bello nombre que unos políticos quisieron borrar!– se vive la Pascua Militar con especial interés. No en balde la instituyó Carlos III «como expresión de júbilo por la recuperación de la Isla en 1782», ordenando a «Virreyes, Capitanes Generales, Gobernadores y Comandantes, que reuniesen a las guarniciones y en su nombre hiciesen llegar su real felicitación».

¡Otros tiempos; mismas enseñanzas!